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 Los Misterios del Sueño y de lo Onírico

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Nemesis
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Nemesis


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MensajeTema: Los Misterios del Sueño y de lo Onírico   Los Misterios del Sueño y de lo Onírico Icon_minitimeMar Ene 14 2014, 04:33

Capítulo 17 del libro “La Astrología y la psique moderna”, de Dane Rudhyar (Ediciones Kier, Argentina)

Si yo tuviera que elegir una enseñanza astrológica como la más fundamental, con seguridad esa sería el principio de polaridad. Todo factor que se emplee en astrología tiene su polo opuesto. Todo signo del zodíaco tiene como su polaridad el signo contrario. El solsticio de invierno equilibra al de verano; el equinoccio de primavera al de otoño. Todo planeta se equipara con otro planeta (Sol y Luna, Marte y Venus, Júpiter y Saturno, o Júpiter y Mercurio). Cada sección del mapa natal (cada casa) encima del horizonte es el complemento de la que lo enfrenta debajo del horizonte. El ascendente oriental equilibra al descendente occidental.

La astrología es primordialmente un método para obtener plena comprensión de los organismos vivos; estos pueden ser cuerpos o potencialidades, inclusive organizaciones sociales (como naciones o firmas comerciales) que de algún modo operan como totalidades más o menos permanentes, organizando las actividades productivas de los seres humanos. La vida, en toda forma, opera según un ritmo bipolar, tal como la electricidad que, cuando está activa, tiene siempre un polo positivo y otro negativo. Entender la polaridad es, pues, esencial para el estudio de la astrología. La más notable de estas oposiciones polares en la vida humana es la de la consciencia vigil y el sueño. En algunas civilizaciones y religiones, esta alternancia de actividad consciente y sueño inconsciente se extendió hasta abarcar la idea de una alternancia similar de existencia encarnada en la Tierra y absorción “desencarnada” de un estado trascendente de estar más allá de los portales de la muerte.

A esta área mencionada en último término –la doctrina de la reencarnación, como habitualmente se la llama- raras veces se la entiende bien; puede entendérsela significativamente de manera sencilla sólo cuando se la relaciona con lo que llamamos sueño. Por desgracia, ¡sólo tenemos una noción vaga de lo que significa el sueño! No nos molestamos en preguntar por qué dormimos, aunque pasemos una tercera parte de nuestra existencia durmiendo, salvo por el hecho de que sabemos que deberemos irnos a dormir cuando estemos demasiado cansados. Pero, ¿por qué el sueño nos hace descansar, por qué perdemos nuestra consciencia habitual (nuestro sentido diario de identidad, de ser “yo”), y por qué experimentamos estos fenómenos peculiares que se llaman sueños? Damos estas cosas por hecho, tal como a la muerte y la enfermedad las consideramos aconteceres inevitables que debemos aceptar, aunque no los entendamos.

Se supone que las religiones y las filosofías nos esclarecen sobre esas cuestiones que son básicas. Pero lo que aquellas explican derraman con frecuencia poquísima luz y están recubiertas de superstición y fantasía. En cuanto a la ciencia y la psicología moderna, ambas tienen muchas teorías sobre el sueño y lo que se sueña; pero lo que dicen explica muy poco y reemplaza una incógnita con otra. ¿No hay modo de conseguir una explicación sencilla que, al menos como esbozo, presente un cuadro de la relación entre el estado de vigilia, la actividad consciente y la condición del sueño inconsciente? Evidentemente, tal cuadro tendría que incluir el fenómeno de los sueños, pues de algún modo los sueños ocurren en la frontera entre la consciencia vigil y el sueño, participando de ambos estados de alguna manera peculiar. Creo que las herramientas y los símbolos que la astrología proporciona pueden servir para aclarar (de modo genérico) este problema; y sugeriré una clave sencilla que, si la usamos bien, podría aportar mucha luz sobre asuntos habitualmente envueltos en el misterio.

Ahora sabemos que algunos filósofos griegos entendían que la Tierra gira alrededor del Sol, pero fue sólo después de Galileo, Kepler y Newton que se delineó con claridad el moderno cuadro del sistema solar. Sólo después del descubrimiento de Urano y Neptuno, y luego Plutón, los astrólogos pudieron usar este nuevo cuadro “heliocéntrico” (o sea, centrado en el Sol) del sistema solar en su significado verdadero. No me refiero aquí a la posición heliocéntrica de los planetas en el zodíaco. Estas posiciones pueden estudiarse con resultados muy válidos; pero esto exige una efemérides especial, como las tablas que por lo común emplean hoy en día los astrólogos dan las posiciones geocéntricas de los planetas –o sea, sus movimientos como se los ve desde nuestra Tierra-. Pero aunque empleemos las posiciones geocéntricas de los planetas para levantar mapas natales, podemos tener presente el moderno cuadro heliocéntrico del sistema solar y pensar en los planetas como si representasen funciones dinámicas dentro del sistema solar en conjunto.

El sistema solar, con el Sol en su centro, es una unidad cósmica y, al menos en sentido simbólico, un “organismo vivo”. Es por esta razón que, mediante el estudio de los relacionados movimientos cíclicos de los planetas, el astrólogo puede entender mejor, y hasta cierto punto prever, los periódicos flujos y reflujos de la vida y la consciencia dentro de un ser humano, o el curso que tomen las emociones, impulsos y tendencias del pensamiento durante el lapso de vida de un individuo. Así, a todo el sistema solar se lo observa como representando a la personalidad individual en conjunto.

Para el astrólogo con información psicológica resultó claro que las complejidades de una personalidad humana moderna exigen que a todos los planetas que ahora conocemos se los describa y represente. Cuando preparaban sus horóscopos, los antiguos se detenían en Saturno; pero en realidad, la órbita de Saturno es sólo una línea divisoria entre dos tipos de planetas. Los planetas entre el Sol central y Saturno (incluído) se refieren a un aspecto de la personalidad humana en conjunto; los planetas más allá de Saturno (Urano, Neptuno y Plutón -¡y puede haber más!-) representan otro aspecto, uno que equilibra y complementa al primero. Existe una definida relación de polos entre estos dos grupos (o series) de planetas. Esta relación es la que debemos tratar de entender. Los astrólogos hablan, en su mayoría, de Urano, Neptuno y Plutón como si fueran planetas en el mismo sentido que los demás. Otros concibieron la idea de que los tres planetas “trans-saturninos” son “octavas superiores” de Mercurio, Venus y Marte –aunque sus opiniones difieran en cuanto a cuáles de la última serie corresponden a los primeros-. En mi opinión, la idea de una octava superior, aunque válida en parte, no llega a la raíz de las diferencias entre los dos grupos de planetas.

¿Cuál es la diferencia real? ¿Qué hace que una serie sea el polo opuesto de la otra? Todo sistema orgánico (o toda unidad cósmica) está sujeto a dos fuerzas contrarias. Está la tracción que lleva cada parte del sistema hacia el centro (por ejemplo, la tracción de la gravedad); pero también está la tracción ejercida por el espacio exterior, lo cual significa realmente por el sistema mayor dentro del cual opera el primer sistema. En el caso del sistema solar, este sistema mayor se llama galaxia. Nuestro Sol es sólo una de las millones de estrellas que componen esta inmensa espiral nebulosa, la galaxia (o Vía Láctea); ésta, a su vez, es parte de un Universo finito compuesto por millones de nebulosas de varios tipos. Cada planeta de nuestro sistema solar y cada ser vivo de la Tierra es afectado, en algún grado, por las presiones y tracciones que nos llegan desde la galaxia; también somos afectados en dirección contraria por el poder de gravedad del Sol, el centro de nuestro sistema.

Sin embargo, Saturno representa una línea básica de demarcación entre estas dos fuerzas opuestas, galáctica y solar. Los planetas que están dentro de la órbita de Saturno son principalmente criaturas y vasallos del Sol; mientras que los planetas que están más allá de Saturno son lo que, hace muchos años llamé “embajadores de la galaxia”. Enfocan sobre el sistema solar la energía de esta vasta comunidad de estrellas, la galaxia. No pertenecen por completo al sistema solar. Están dentro de la esfera de influencia para realizar un trabajo particular, para vincular nuestro pequeño sistema (del cual el Sol es el centro y la órbita de Saturno la circunferencia) con un sistema mayor, la galaxia.

Al comienzo, esto puede sonar muy fantasioso; pero si aplicamos la idea a los hechos de la existencia humana, al punto veremos qué significa realmente. Una persona individual –todos estarán de acuerdo- no vive una existencia aislada. Es parte de un grupo familiar, de una comunidad. Es pues, una pequeña unidad activa dentro de una totalidad mayor. Es un individuo que tiene que representar algún papel dentro de una colectividad. Aquí está, pues, la polaridad de que hablé cuando mencioné al sistema solar y a toda la galaxia, la estrella individual y la vasta comunidad galáctiva de estrellas. En verdad, el individuo actúa sobre la vida colectiva de la comunidad dentro de la cual nació y vive; pero el pensamiento colectivo y la conducta de la comunidad –sus tradiciones, religión, cultura, ética- moldearon a este individuo y ejercen sobre él presión, influencia (constructiva o destructiva). Si se rebela contra esta influencia, aún permanece condicionado por aquello contra lo cual se rebela.

Hay un género de polaridad más profundo todavía, en la que el individuo consciente y autodeterminado, con una finalidad propia, contrasta con el vasto océano de la vida universal, la vida que anima su cuerpo y todos los cuerpos humanos, que da energía, pero controla aún mientras puede, a los impulsos básicos, emociones y pensamientos instintivos del individuo. Es a esta polaridad muy básica a la que primordialmente deberemos referir la alternancia de consciencia vigil y sueño, y en última instancia, de la existencia corporal individual y la muerte.

El principio de tal alternancia es muy sencillo. La vida de una personalidad humana es el resultado de una relación entre dos fuerzas polares: una procura hacer de esta persona un individuo consciente, autosuficiente, autodeterminado, deliberadamente activo; la otra trata de retrotaerle dentro del océano indiferenciado, inconsciente e individualizado de la vida. Cuando la fuerza individualizadora es positiva y dominante, un ser humano está despierto y ocupado con esfuerzos conscientes y actividades planificadas de algún género. Pero cuando el poder de la vida universal obtiene el control y la fuerza individualizadora se torna negativa (lo que llamamos fatiga y su equivalente psíquico), entonces la persona se queda dormida.

En un sentido psicológico, este es también el caso de polos opuestos menos básicos entre individuo y sociedad. Cuando el individuo es fuerte y positivamente autodeterminado, está plenamente despierto en lo mental y espiritual, crea nuevos valores y se rebela contra los obsoletos; en la sociedad se destaca como una autoridad. Pero siempre que la sociedad obliga despiadadamente a sus eventuales individuos a que se adecuen a sus normas y reglas colectivas, entonces los seres humanos de esa sociedad existen en un estado mental y espiritual algo somnoliento, como ocurre en todas las sociedades totalitarias.

Cuando nos ocupamos de los polos opuestos entre individuo y sociedad, aún nos encontramos dentro del reino de la actividad consciente, vigil. El contraste, astrológicamente hablando, es entre planetas personales como Marte, Saturno y Mercurio, y la pareja social de planetas, Júpiter y Saturno. Pero cuando llegamos a la oposición polar entre la consciencia vigil y el sueño, entre el consciente y el inconsciente (para usar términos psicológicos modernos), entonces nos ocupamos astrológicamente del contraste entre todos los planetas dentro e incluída la órbita de Saturno y los planetas transpersonales (Urano, Neptuno y Plutón).

Cuando hablamos del inconsciente, consideramos al sueño y todas las manfestaciones de la vida que trascienden la consciencia como sencillamente la negación o la ausencia de la consciencia. De modo parecido, durante un largo período, científicos y filósofos pensaban en un espacio más allá de los límites de nuestro sistema solar como completamente vacío, en un sentido negativo. Pero ahora empezamos a darnos cuenta (como bien lo sabían los antiguos) que el espacio que está fuera del sistema solar no es mero vacío. Más bien es el campo de existencia activa del vasto organismo cósmico de la galaxia. ”Vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser” en el cuerpo inmenso de la galaxia. No podemos pensar en sentido negativo en este espacio galáctico; es una plenitud de fuerzas, un plenum, un campo de energías electromagnéticas y tal vez de muchos otros géneros de energías trascendentes que desconocemos.

De modo parecido, lo que los psicólogos modernos (muy infortunadamente) llaman el inconsciente no es un reino del vacío. Cuando dormimos, no entramos en la nada. Cambiamos de polaridad. El polo individual, consciente de nuestro ser total se vuelve negativo para el polo de la vida que ahora se vuelve fuertemente positivo y activo. La vida se hace cargo de los controles. Sin embargo, llega una hora de despertar; las “aguas” de la vida omnipotente se retiran en parte de la mente del durmiente, de su sistema nervioso y de los bordes de sus actividades celulares. Saturados durante un lapso con este indiferenciado fluir biológico, su cerebro y sus nervios, todas las células y todos los órganos de su cuerpo, responden ahora a una nueva oleada de autodirigida actividad consciente, pensamiento y sentimiento. Los problemas individuales se enfrentan nuevamente bajo la luz solar de la consciencia. Pero ¿qué ocurre con los sueños?

En ocasiones, cuando la marea se retira de la playa, quedan pequeños charcos de agua, especialmente en las salientes rocosas que la contienen. Tal vez ayude al lector pensar un instante en los camaroncitos, peces o hasta pulpitos atrapados en estos charcos de las mareas como si representasen algunos sueños nuestros. A veces, una enorme ballena puede quedar en la arena, agonizante o muerta. Las mareas que se retiran dejan sobre la playa todo género de desechos y a menudo apenas podemos reconocer de qué se trataban. Las profundidades y corrientes del inconsciente los llevan a las playas del consciente.

Hay muchas clases de sueños, y esta ilustración se aplica inmejorablemente sólo a unos pocos de ellos; no deberá, pues, tomársela literalmente, o como si cubrieran todos los casos de sueños. En realidad, mejor sería pensar en los sueños, en general, como las reacciones del inconsciente a lo que ocurrió durante (o lo que resultó de) la actividad consciente de la persona individual durante la vigilia. Tal como la sociedad reacciona ante los actos productivos o distintivos de un individuo otorgándole riqueza o fama –o mandándolo a la cárcel- así el polo inconsciente de nuestro ser total reacciona ante nuestros sentimientos, pensamientos y conducta conscientes tan pronto como las polaridades se invierten. La vida tiene la palabra cuando, durante el sueño, asume el control. Pone a trabajar la parte consciente de nuestro ser total, hasta cuando procura reparar de algún modo los perjuicios que nuestro ego consciente, terco e individualista, ha causado.

Si el ego es particularmente decidido y positivo en su desafío a las modalidades tradicionales y morales de la colectividad, la cultura y la religión o más profundo aún, en su oposición o bloqueo a los instintos y emociones naturales de la naturaleza humana (como en la ascética, por ejemplo) entonces, de noche, cuando el individuo duerme, el polo colectivo de su ser alza vigorosas protestas, advertencias de peligro, y procura grabar en la polaridad del ego cuadros de consecuencias desastrosas o una sensación de fracaso inevitable y futilidad. Cuando ocurre esto, quedan en ciertas áreas sensibilizadas del cerebro algunas impresiones de las protestas del polo positivo, inclusive en algunos de los grandes plexos nerviosos del cuerpo. Cuando las polaridades una vez más se invierten y el polo individual (el ego) vuelve al control consciente (o sea, despertamos), la consciencia atrapa estas impresiones como sueños.

La razón de que los sueños sean tan desconcertantes es múltiple. Primero, el polo colectivo de nuestro ser (la sociedad y la vida o la naturaleza humana) no puede comunicar sus trastornos o protestas en lenguaje intelectual; del depósito del pasado, sólo puede capturar a tientas imágenes que el cerebro o la memoria contiene, de las cuales unas pocas están vinculadas por analogía, o de algún modo puestas a tono con lo que el inconsciente trata de transmitir al consciente. Estas imágenes son, por tanto, primordialmente significativas en términos de analogías y símbolos; y se presentan en una secuencia que poco tiene que ver con los principios de la lógica consciente. El sueño representa una secuencia espacial de imágenes grabadas en el cerebro u otros centros nerviosos. La sensación de secuencia en el tiempo sólo surge cuando el ego que despierta, aún apenas recuperado de su estado negativo o pasivo de sueño, trata de examinar rápidamente estas impresiones creadas sobre las porciones del organismo humano con las que este ego está asociado más estrechamente (o sea, los centros nerviosos). Esto es como si un directivo atareado que irrumpe por la mañana en su oficina viera un montón de papeles esparcidos sobre su escritorio; le están llegando ya llamados telefónicos, y todo lo que puede hacer es examinar de prisa los papeles dispersos, en la mayoría de los casos no en el orden en el que sus diversas secretarias los pusieron antes que él llegara. Ocasionalmente, se destaca alguna información importante. Estando en su casa, al directivo lo despierta alguien que le da un mensaje crucial: el presidente está enfermísimo, el mercado de valores es probable que sufra un colapso a primeras horas de la mañana; hay incendio en el depósito, etc. Empero, aunque al directivo (al ego) el mensaje le llegue de repente, puede ser muy confuso; tal vez le llegue a través de un sirviente o de su esposa, que quizá no lo recibió con exactitud por teléfono, etc.

Por supuesto, todas esas ilustraciones son muy inadecuadas; sólo pueden sugerir el carácter de un proceso que no puede traducirse exactamente sólo en términos de experiencias conscientes.

La astrología puede añadir otra dimensión a nuestro análisis de los procesos oníricos haciéndonos diferenciar los sueños en tres categorías básicas: la uraniana, la neptuniana y la plutoniana.

El tipo uraniano de sueño es un desafío directo a la mezquindad, a la inercia autosatisfecha, al egoísmo o a la crueldad del ego saturnino. El ego es esencialmente de carácter saturnino porque Saturno representa la estructura y los lindes del polo individual de nuestro ser. Cuando nos superindividualizamos de modo separado, exclusivo, estrecho y rígido, entonces este énfasis excesivo sobre la función de Saturno provoca, de la sociedad, de la vida o del Dios que está dentro de nuestro ser total, una reacción de polo complementario. Es como si la galaxia emitiera una corriente de rayos potentes dentro de un sistema solar cuyo campo electromagnético se hubiera superaislado y, de esa manera, pudiera convertirse en un “sistema canceroso” en la comunidad galáctica. La energía galáctica llega al sistema solar a través de Urano. El tipo uraniano de sueño es profético e iluminador, en su sentido más elevado. Puede ser incluso una aparición, un destello de inspiración o iluminación que llega durante la fase vigil de la actividad consciente del ego, como por ejemplo la imagen de Cristo y las palabras que se grabaran con violencia en Paulo en su trayecto hacia Damasco en respuesta a la decisión ciegamente tradicional y fanática del ego de éste, de destruir a los que creían en la nueva revelación divina.

Por lo común, los sueños uranianos son muy perturbadores. Llegan como un desafío y éste no es uno que el ego acepte con facilidad. Parte del sueño pueden ser palabras solemnes; a menudo, la luz, o un color definido, se destaca como un elemento vigoroso de la imagen onírica. Los que Carl G. Jung llamaba “arquetipos del inconsciente”aparecen habitualmente en tales sueños; se refieren a una de las experiencias más hondas y universales de la humanidad. Se relacionan con un aspecto o función básica de la vida universal, como ésta actúa en la naturaleza humana. Tienen, pues, con frecuencia, un carácter religioso; y el sueño puede tener el poder para transformar muy básicamente (conversión) al que sueña o perturbar cabalmente su autosuficiencia, su egocentrismo o sus ideas favoritas.

Sin embargo, los más frecuentes son quizá los sueños neptunianos. Son reacciones a todo lo que perturbe el equilibrio promedio, normal, de la relación del individuo con su sociedad, su salud, su digestión, o los instintos básicos del cuerpo. En este sentido, Neptuno responde mediante sueños a toda perturbación o peligro para las complicadas funciones que cumple Júpiter, tanto en el cuerpo como en la psique. Todo desafío a un principio social o moral de conducta, toda intrusión en una “dieta” segura (del cuerpo o de la mente) tiende a suscitar sueños neptunianos, y éstos son habitualmente muy fantasiosos. Si de noche el cuerpo se enfría debido a un repentino descenso de temperatura, uno puede despertarse recordando un sueño largo y dramático de caminar en medio de una tormenta de nieve, caer en agua helada, etc. Si un potente impulso induce a uno a quebrantar normas normas morales o sociales de conducta, es probable que, tarde o temprano, uno sueñe escenas dramáticas en las que quienes participen de esa situación aparezcan en entornos extraños pero simbólicos, quizá bajo disfraces que hagan que la verdad profunda de esa situación sea menos indegustable en su primer impacto para el individuo.

El sistema freudiano del análisis de los sueños acostumbró a la mente moderna a pensar en lo que Freud llamó el “censor”. Dícese que este censor representa, por así decirlo, un género de guardián particular de la seguridad personal del ego, que lo protege contra todos los desórdenes o intentos desagradables que en sus dominios están en revolución. De esta manera, el polo colectivo de nuestro ser deja perturbadoras impresiones que son censuradas, modificadas, mutiladas u obliteradas por completo antes de que el individuo consciente se dé cuenta de ellas. Es muy dudoso que tal censor exista realmente. A lo que se refiere es sencillamente a una etapa particular de la relación entre las dos polaridades de nuestro ser –individual y colectiva, consciente e inconsciente, actividad diurna y sueño- una etapa en la que lo individual está particularmente en rebelión contra lo colectivo y el ego inseguro se siente constantemente en la necesidad de protegerse de la sociedad.

Los sueños plutonianos son más raros que los neptunianos. Pueden ser muy destructivos de la integración de la personalidad total, extrañas pesadillas que dejan una horrible sensación de miedo, presagios y muerte. En individuos más espirituales, pueden ser las proyecciones y los símbolos de experiencias profundas de autorenovación y de expansión de la esencia misma del yo. Los sueños uranianos son heraldos de lo que podría ser; muestran el camino hacia delante, inspiran para continuar, excitan al alma ligada al ego hacia nuevas posibilidades. Los sueños plutonianos pueden ser el reflejo sobre la consciencia vigil de pasos reales dados en el desarrollo interior y en el crecimiento del alma o, negativamente, revelan el dolor o la desesperación del alma que (al menos temporariamente) fracasó, y tal vez muestren el abismo que hay delante y las tenebrosas presencias que llenan esas abismales profundidades. Si, como es probable, existe por lo menos un planeta más allende Plutón, tal planeta debería referirse a experiencias interiores más reales aún y más definidas en las almas que, al menos hasta cierto punto, se convirtieron en partes integrales de la vasta comunidad de almas de apariencia divina, de las que la galaxia es el símbolo astrológico.

Jung dijo que hay niveles sobre niveles del inconsciente colectivo. Esto es así, en la medida de que existe una vasta jerarquia de niveles sobre los que los individuos pueden actuar consciente y creadoramente. La galaxia también, lo repito, es tan sólo una entre las miríadas de nebulosas espirales que constituyen un universo; y los universos pueden ser partes de un cosmos mucho más vasto. No existe un fin concebible de la posibilidad de llegar a ser un individuo consciente en niveles cada vez más abarcantes, más cósmicos. Empero, todo individuo – a menos que sea la Deidad que lo abarca todo – es tan sólo un centro activo dentro de una totalidad mayor, dentro de una colectividad. Debe haber siempre una relación que actúe en fases alternadas entre este individuo y esta colectividad. Como seres humanos, conocemos tales fases alternadas como consciencia vigil y sueño, existencia encarnada y muerte. Pero estos términos tienen significado solamente en términos de nuestra experiencia humana.

Los filósofos hindúes hablaban de los Días y las Noches de Brahma, el creador de los universos en los que la consciencia se desarrolla, y de las condiciones de inexistencia absoluta en la que nada existe. Empero, para el sabio, más allá de aquellos días y noches cósmicos, más allá de la consciencia y la inconsciencia, existe lo que contiene a ambos. A eso los hindúes lo llamaban simbólicamente el “Gran Aliento”, que exhala al mundo dentro de la existencia y lo inhala dentro de la paz inmensa. Así, experimentamos nuestro ego consciente que es exhalado dentro del mundo de la actividad diaria cuando despertamos y que es inhalado dentro del sueño cuando estamos acostados descansando. En un sentido, somos ambas condiciones, consciente e inconsciente; somos también lo que incluye a ambas. Los planetas desde el Sol hasta Saturno nos conducen hacia la actividad consciente; pero los planetas que están más allá de Saturno –cuando concluyó el día- nos conducen a nuestro yo mayor, las estrellas que nosotros somos. Cuando el ritmo alternativo nos lleva de regreso a la consciencia diurna, entonces Urano, Neptuno y Plutón procuran siempre hacernos recordar que no sólo somos un yo individual, ligado a Saturno y centrado en el Sol, sino que también pertenecemos a la comunidad mayor de las estrellas.

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