Vivimos volcados “hacia fuera”, hacia los demás, atendiendo las necesidades de nuestra familia, de nuestro trabajo, incluso – los más solidarios de entre nosotros – de personas que ni siquiera conocemos pero cuyo bienestar también nos preocupa. Sin embargo, muchas veces, no somos capaces de mirar “hacia dentro”, de atender nuestras necesidades, de cultivar nuestra esfera privada, de defender, en definitiva, nuestro espacio personal, de reconocer que necesitamos nuestra intimidad.
Seamos o no conscientes de ello, para poder actuar en la esfera pública, necesitamos tener bien definida y asentada nuestra área privada. Esta intimidad, este espacio que sólo es nuestro, que mantenemos al abrigo de los demás, nos da el equilibrio emocional y la autoestima necesaria para enfrentarnos al mundo. En este espacio íntimo podemos desnudarnos ante nuestros ojos, seguramente los más críticos de todos y los que, muchas veces, es más difícil afrontar. Esto nos proporciona un conocimiento sobre quiénes somos y qué queremos realmente, escuchando nuestra voz sin interferencias de otros.
ESPACIO FÍSICO Y TEMPORAL
El espacio personal es intangible, pero, a la vez, puede ser muy fisico y tener una delimitación temporal. Nos explicaremos. En el fondo, nuestra intimidad es un poco como nuestra alma, la llevamos bien escondida en nuestro interior, pero se plasma en espacios u objetos materiales que reservamos para nosotros – una butaca, una zona de la casa, un diario donde escribimos nuestros pensamientos, etc. – y también tiene una delimitación temporal, es el espacio que nos dedicamos a nosotros en detrimento del que dedicamos a los demás.
Cultivar nuestra esfera privada no debe confundirse, sin embargo, con buscar momentos de descanso o momentos de ocio. Al llegar a casa, podemos disfrutar de un rato solos, sin el resto de la familia a nuestro alrededor y dedicarlo a leer, ver la televisión o escuchar música, pero esto no es cultivar nuestra intimidad, sino es sumar al ruido que traemos del mundo exterior más ruido, un ruido que no nos deja escuchar nuestros auténticos sentimientos y expresar nuestras necesidades.
Cuando hablamos de intimidad en este sentido estamos hablando de un diálogo fluido con nosotros mismos, en el que dedicarnos tiempo no es acudir a un centro de estética para recibir un gratificante masaje sino atender a nuestras elecciones personales: ¿estoy haciendo lo que deseo hacer?, ¿va mi vida hacia donde deseo que vaya?, ¿estoy invirtiendo mi tiempo en lo que realmente quiero?,¿estoy haciéndome feliz?
EL MIEDO A UNO MISMO
Sin duda, se trata de un acto que muchas veces nos resulta difícil de llevar a cabo porque nos obliga a enfrentarnos a miedos, a dudas, a verdades que no queremos escuchar … y es que cultivar nuestra intimidad significa conocernos bien y si llegamos a conocernos profundamente, difícilmente podremos engañarnos con subterfugios.
Otras veces, es difícil hacer entender a la pareja que uno necesita dedicarse ese tiempo, ya que puede interpretarse como una huida. Hay algunas personas que sienten la necesidad de acaparar al otro hasta el extremo, pero ésta no es una relación saludable.
CÓMO CULTIVAR NUESTRA INTIMIDAD
Para empezar, debemos fomentar nuestro diálogo interior. Te damos algunas claves para conseguirlo:
• Escúchate: escribir un diario íntimo es una buena manera de dejar aflorar tu voz interior, de hacer brotar el diálogo contigo mismo.
• Analízate: ¿por qué te preguntas siempre lo mismo? Tira de la madeja de tus pensamientos y profundiza en tus necesidades, miedos, anhelos …
• Entiéndete: la información sobre ti mismo te hará verte con ojos nuevos y entenderte mejor. Te darás cuenta de por qué te comportas como lo haces, o te sientes de una manera ante determinadas circunstancias.
• Alábate y perdónate: reconocerás tus puntos fuertes y débiles y así aprenderás tanto a valorarte como a perdonarte para seguir adelante.
• Otros caminos: la meditación o el yoga fomentan la reflexión sobre quiénes somos y hacia donde vamos.
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