¿Cuántas veces has estado al límite de lo imposible?...¿una, dos…varias…ninguna?. Hasta que no se está bordeando un límite no sabemos dónde pueden llegan nuestras fuerzas, nuestras ganas, el deseo, la voluntad o la entrega.
Hablamos de arriesgar, de comprometernos, de empeñar, de luchar, de sobrepasar…en frío. Cuando la ola llega, entonces debemos medirnos con nosotros mismos y demostrarnos lo que nos importa aquello por lo que luchamos.
Me parece estúpida la frase “si amas algo déjalo ir”… si amas algo, cuídalo, ámalo, protégelo, pero nunca lo dejes ir. Al menos sin entregar tus fuerzas en el empeño, sin plantar batalla al carcelero, sin probar todas las llaves que tienes por si abriese alguna de ellas, su puerta.
Todos tenemos imposibles en nuestras vidas, los hemos tenido o los tendremos. Pruebas ante las que rendirse es más fácil que seguir y en las que querríamos, de pronto, ser parte de un sueño en vez de protagonistas de la vigila.
La vida no perdona la candidez y tarde o temprano te sacude con fuerza para que la pierdas. Lo peor es si en este envite uno no solo sale perdiendo por ser la parte más débil, sino que además se deja arrastrar por la corriente de desánimo y falta de autoestima que suele suceder después de perder. Y es que en la vida se pierde muchas veces. El secreto está asumir que es parte del juego y que no estamos destinados a ser siempre los perdedores.
Aprender a hacer un guiño a la suerte equivale a sonreír al destino mientras esperamos que suceda lo que nos merecemos. Entre tanto, lo que transcurre es la propia vida…así de simple, así de intensa…así de única y exclusiva. Más allá de ella no sabemos lo que hay pero sea lo que sea seguro que nos pertenece desde siempre y por lo tanto no nos será ajeno.
No hay que temer al paso, solamente estar preparado en cualquier momento para cruzar el tramo sin quejas ni reproches solo con el inmenso agradecimiento de haber sido elegido para vivir lo malo, lo bueno, lo mejor y lo peor de una experiencia, en cualquier caso, magnífica.