A veces, uno está tan mal que no encuentra razones para ver la claridad. No sabes seguir y todos los caminos parecen cerrados para nosotros. Son momentos difíciles en los que nos gustaría ser etéreos, que nadie nos viera, que nuestra presencia no alterase a nadie ni ninguno nos indispusiera. Nos gustaría ser incluso otros. Perder la identidad, por un tiempo, y vivir una vida que no es la nuestra. Tal vez sería una excelente oportunidad para darnos cuenta de cómo es lo que otros viven. Posiblemente, advertiríamos las desgracias ajenas que se esconden bajo sonrisas y abrazos; las lágrimas que se derraman detrás de las paredes; las angustias que se agrandan bajo el silencio. Entonces, tal vez también, comenzaríamos a encontrar razones por las que levantarnos cada día con el ánimo en paz y con la serena sensación de no compararnos con nadie, de tener esperanza, de estar seguro de que lo que vivimos es lo debemos transitar y sobre todo, de que nuestra vida es única e intransferible porque ella contiene todo lo que necesitamos aprender. Lo único que debemos hacer es soltar todas las ataduras mentales, todos los prejuicios, todos los temores y estar instalados en la tranquilidad para advertir las señales que nos conectan con los recuerdos, con el plan que cada uno nos hemos preparado para avanzar y en ello, tendremos la seguridad de que nada pasa por que sí. Que todo está supervisado, que si nos encontramos mal, solamente es algo temporal y que debemos esperar tranquilamente a que las aguas de nuestro corazón se calmen porque la alegría y la esperanza nos rodean continuamente deseando que le abramos las puertas de nuestra casa.