Meditar sobre nuestro reflejo no es para nada una técnica nueva, ya que ha sido usada durante siglos por el budismo tibetano. Originalmente realizada en un recipiente con agua, luego sobre superficies metálicas muy pulidas, finalmente quedó establecido el uso de espejos.
¿Cuál es el sentido de enfocarnos en nuestra propia imagen? Sencillamente, TRASCENDERLA.
O sea, ir más allá de lo visible para contactar la divinidad en nuestro interior.
Cómo hacerla:
Necesitaremos de un espejo lo suficientemente grande como para que podamos ver nuestro rostro completo. Si es posible usar uno más amplio, mejor.
Nos ubicamos frente al espejo. La luz debe ser mínima y debe venir desde detrás nuestro. Usar un par de velas para iluminarnos es más que adecuado.
Miramos de manera relajada el reflejo de nuestro rostro en el espejo. Nos enfocamos en el entrecejo. como si pudiéramos ver a través de él, unos centímetros dentro de nuestro rostro.
Con la mirada fija en ese punto, realizamos una respiración muy lenta y profunda.
A medida que pasen los minutos notaremos que nuestra mente se acalla.
Es común empezar a ver nuestro campo de energía, así como colores brillantes a nuestro alrededor. A pesar de esto persistiremos con nuestra meditación hasta que podamos captar la divinidad dentro nuestro, más allá de nuestro cuerpo.
Como de costumbre, nos mantenemos al menos unos 15 minutos hasta obtener el máximo de profundidad. Si lo deseamos podemos extender el lapso de tiempo, sin exagerar.
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