Estamos “condenados” a equivocarnos. Aprender de los errores que no hemos podido evitar cometer es la postura más inteligente que se puede adoptar.
Todos quedamos advertidos desde la infancia: no debemos equivocarnos, los errores se pagan. Los más sensatos defienden que cada elección supone un riesgo que hay que meditar, teniendo presente que el éxito acompañará a quienes se equivoquen menos o lo hagan en los aspectos menos relevantes.
La versión más práctica de esta filosofía de vida, y más comprensiva con las debilidades humanas, sostiene que, ya que estamos condenados a equivocarnos, la posición inteligente consiste en aprender de los errores que no hemos podido evitar cometer.
Quisiera reflexionar sobre los aspectos positivos de ciertas cuestiones que en su día se consideraron equivocaciones, reconociendo que, gracias a ellas, es posible nuestro bienestar.
El biólogo Jacques Monod adjudica 2 propiedades a nuestras células: la emergencia y la teleonomía.
La primera le permite multiplicarse, sin variaciones: repitiendo su estructura; la segunda posibilita que existan errores en ese proceso de copia, permitiendo así variaciones que, repetidas después de nuevo por la emergencia, hacen posible la persistencia de formas capaces de adaptarse a un mundo cambiante.
La capacidad de equivocarse.
Según la capacidad genética fue esa capacidad de “equivocarse”, y la persistencia del error, la que permitió la aparición de las algas, luego de los musgos y los insectos, más tarde de los reptiles y después de las aves.
La coexistencia de esos seres vivos llevó a la era de los dinosaurios, a quienes siguieron los mamíferos y finalmente el hombre.
Si solo hubiera existido la copia el mundo estaría hoy poblado por una infinidad de seres unicelulares, iguales al primero que surgió hace millones de años, o peor: habrían sucumbido todos juntos y al mismo tiempo en cualquiera de las grandes crisis geológicas.
Cada sociedad tiende a reproducirse, sin variaciones, generación tras generación. Para ello crea mitos, tabús, tradiciones, leyes, sistemas educativos; pero, si no quiere perecer por inadaptación a los cambios, está obligada también a generar disidentes y rebeldes; revolucionarios en las formas de interpretar la realidad.
Alguno de estos revolucionarios coincide con alguna crisis y aporta las ideas necesarias para superar cada estadío social: el acceso de las mujeres a la educación, la democracia o los avances científicos no habrían sido posibles sin esas personas que insistieron en sus “errores” dentro de unas sociedades que consideraban sus propuestas heréticas.
Hoy quizá merece la pena considerar los aspectos positivos que pueden tener los “errores” y las disidencias. Por ejemplo, hace décadas algunos herejes defendían la alimentación sin carne y la medicina natural. Una propuesta cada día más razonable.
Practicar la tolerancia consiste no solo en disculpar algo que consideramos equivocado, ni en insistir en que se aprenda y que se corrija, sino en ser capaces, antes de juzgarlo como tal, de intentar entenderlo y considerar, incluso, si el verdadero error no estará, realmente, en nuestra forma de entender las cosas.
Fernando Torrijos para Cuerpo y Mente.