Cuando despertamos por la mañana, hay un momento mágico en el cual estamos despiertos pero aún no hemos tomado conciencia de quién o qué somos. En ese momento, observamos de manera relajada nuestro entorno, dejando que el mundo llegue hasta nosotros, sin ir a buscarlo con nuestros ojos, sin focalizar ningún objeto de nuestro campo visual. Podemos decir que nuestros ojos no están focalizados en nada en particular. Dejamos simplemente que la totalidad del campo visual llene nuestra conciencia sin darle a ninguna parte de este campo más importancia que a otra. Antes de que la mente comience a interferir en este proceso estamos unidos de manera inseparable a nuestro entorno, ya se trate de las paredes del dormitorio o del rostro de nuestra pareja.
Hay momentos en la vida en que nos damos cuenta de que algunos conceptos que dábamos por sentados no son tan obvios en absoluto. Ha habido muchos momentos, especialmente en nuestra infancia, en los que estábamos totalmente absortos en lo que estábamos haciendo. Por ejemplo, momentos en los que nos encontrábamos simplemente sentados al sol, despreocupados, sin pensar en nada, absortos en la contemplación de lo que nos rodeaba: la hierba, los árboles, el viento, nuestros brazos y piernas. Todo estaba unido, todo era un único campo de conciencia. Éstas son experiencias que se producen en el límite de nuestras capacidades mentales.
Incluso siendo adultos podemos vivir momentos similares de absorción, de entrega total al movimiento de la vida, cuando, por ejemplo, contemplamos las llamas de una fogata o nos quedamos hipnotizados ante el color y el rumor de las olas en una playa, cuando admiramos una puesta de sol, o cuando nos ponemos a tocar un instrumento musical. Todas éstas son ocasiones en las que realmente podemos trascender nuestra identidad. Después, cuando reflexionamos sobre lo que nos ha ocurrido, decimos que no estaba prestando atención o estaba en otro lugar. No nos damos cuenta de que, en esos momentos, habíamos entrado en un espacio infinito en el que todo ocurre sin esfuerzo alguno. Nuestro pensamiento se había detenido y nos limitábamos a ser meros observadores, a contemplar sin juzgar.
El hecho más importante que debemos resaltar aquí es justamente esa falta de pensamientos durante todos estos momentos en los que hemos sido realmente felices. Lo único que existía era aquello que está presente. El pensamiento sólo aparece después. Cuando no hay movimiento mental, cuando no hay pensamientos, no hay miedo ni esperanza, no hay quejas ni deseos, no hay culpa. En otras palabras, no existe yo. Por lo tanto, en los momentos de verdadera felicidad no hay, de hecho, nadie. ¿No es esto increíble? No hay nadie, no hay separación, no hay ninguna imagen sobre uno mismo, sólo alegría. Se puede decir que lo que hay es puro Ser, sin la interrupción de pensamientos o conceptos sobre nuestro pequeño yo.
Cuando veamos lo importante que es ir más allá de nuestro movimiento mental, cuando redescubramos la Conciencia en la que este mundo aparece, entonces podremos encarar la vida de una manera más consciente y directa. Basta dejar que nuestro tren mental aminore su velocidad para entrar a una nueva dimensión. Podemos, por ejemplo, poner en perspectiva esas ansias de nuevas experiencias y sensaciones. En esos momentos sin yo la vida fluye por sí sola. En esos momentos, no tenemos expectativas, no le ponemos etiquetas a las cosas, y, dentro de uno, reina la paz.
Todo esto nos debe dar una idea de cómo debe ser ese contacto con nuestra Esencia, cómo debe ser Volver a Sí Mismo. Las preocupaciones de cada dia pasan a segundo plano. Y ese segundo plano, ese Trasfondo, pasa a primer plano. Cuando vamos más allá del bullicio de nuestro monólogo interno, cuando dejamos de identificarnos con nuestra personalidad, podemos entrar en contacto con el Infinito. A menudo este contacto trae consigo una pureza y una apertura que no sentíamos desde nuestra tierna infancia.
Una súbita percepción
de la unidad de Sujeto y objeto
lo llevará a una comprensión
misteriosa y sin palabras.
Y usted despertará a la verdad del zen.
Huang-po
Fuente: Jan Kersschot. Volver a Sí Mismo (Editorial Sirio, 2001)