por Consuelo Martín
Libertad
La purificación de la mente, de la que también se ha hablado en nuestra tradición, no consiste simplemente en abandonar unas ideas profanas y asumir otras religiosas. Juan de la Cruz decía que se llegaba a Dios por la nada. La mente pura está vacía —como dicen los budistas, es vacío—; en eso consiste la purificación, no en prescindir de las ideas que son contrarias a la ideología que practico y mantener las que me son favorables. Actualmente, el conjunto de ideas condicionantes de la época podría considerarse la religión imperante. Cuando estamos hablando de la libertad no existen diferenciaciones. Hablamos de la libertad frente a cualquier grupo o ideología, sea ésta una religión organizada o sean las doctrinas modernas que están organizadas o desorganizadas de otra manera. El restringirse en el molde de una religión es nefasto; y el querer abarcar muchas cosas en estado caótico, también. Ahí donde no hay libertad, no aparece el verdadero orden, al que aludía Krishnamurti, la armonía que anhelamos.
Cuando la acción tiene su origen en la inspiración y pasa por una mente libre de prejuicios no se encuentra con las obstrucciones del pensamiento, no se entretiene en ellas; se expresa espontánea, deja libre a los demás y deja libre a quien actúa. No está exigiendo nada hacia fuera, ni tampoco hacia dentro. Ahí no hay recuerdo del pasado, no hay compulsión de lo que hay que hacer o no. Solo el acto de compararse con otras personas ya ensucia y deteriora la mente, la impurifica.
La mente tiene que estar absolutamente libre de todo prejuicio, idea, comparación o duda. Y cuando la mente está así, queda libre de emociones, porque las emociones se crean justamente a la sombra de la Verdad, en la confusión del pensamiento. A partir de las creencias imaginarias que tengo, son mis emociones. Es inevitable y funciona automáticamente: a tal creencia corresponde tal emoción. Si veo la raíz del error, desaparece la creencia y con ella se disuelve esa emoción.
Liberarse de las creencias es la verdadera purificación de la mente. Y cuando se hace surge el vacío mental a través del cual la Luz puede atravesar. En el momento en que la Luz pasa no hay nada más que hacer, el ser humano ya no tiene más conflicto de intereses; de hecho nunca tiene nada por lo que preocuparse; al encender su luz interna, la acción surgirá iluminada. La conducta es una interrelación, una acción compartida. La vida va empujándonos hacia un lado u otro, y cada cual va moviéndose según su comprensión.
El ser humano no es una entidad que elige ser responsable de las situaciones que se van sucediendo. La responsabilidad es otra cosa. Cuando ya no se toma en cuenta la mente pensante se empieza a ser responsable no solo de ciertos actos, no solo de lo cercano o de quienes nos rodean, sino de toda la humanidad, de la naturaleza, del cosmos. Pero esa responsabilidad no es compulsiva, no acaba siendo una exigencia que nos angustia, sino que es un estar interpenetrado, es un compartir constante, un dar gracias a todos por todo: las plantas, el sol, la naturaleza... Si viviéramos así no habría que crear teorías ni promulgar leyes para defender a los animales o a los árboles; pero esa libertad no es posible mientras internamente no vivamos en ese lugar donde se siente que no hay separación.
Todos los seres estamos respirando el mismo aire, compartiendo la misma atmósfera; por un lado la contaminamos y por otro lado estamos respirándola, lo que supone sufrir enfermedades. Seguimos contaminando el ambiente con ondas electromagnéticas emitidas por sofisticados aparatos tecnológicos, y luego tratamos de resolver los problemas analizando el cerebro para ver qué sucede. ¿No sería mejor dejar en estado natural ese cerebro? Parece que no podemos, porque el lugar donde nos encontrarnos en la conciencia es un lugar equivocado. Y todo lo que brota de ahí es contradictorio: aunque en esta época, efectivamente, estamos deseosos de curarnos, al mismo tiempo estamos haciendo todo lo que nos enferma. ¿Qué locura es ésta? Falta descubrir ese lugar desde donde podemos abrazar toda la manifestación divina, todas las personas, todos los seres vivos, todos los minerales, los seres que llamamos no vivos, pero que son también vivos de otra manera, toda la conciencia creadora de universos.
Todo es Conciencia; y solo desde la identificación con Ella podrá surgir el respeto a los demás seres humanos, a los niños que no se pueden defender, a los ancianos que tienen algún deterioro en su organismo, a las personas que no piensan como yo; respeto a quienes no son mi familia, a quienes viven en países remotos, a toda la humanidad, a la naturaleza, a los animales, a los árboles; respeto a todo. Desde una visión lúcida, esta actitud respetuosa brotaría espontáneamente, pero ahora, incluso con buena voluntad, tratando de resolver algunos de los problemas relevantes que se van originando, se van creando conflictos. Aun cuando haya buena voluntad de analizar y pensar qué vamos a hacer, nos encontramos que para respetar unos ámbitos no se están respetando otros porque el análisis mental no llega a la verdad totalizadora y seguimos resolviendo unas cosas en detrimento de otras.
Seamos lúcidos, profundicemos, purifiquemos nuestra mente, pongámonos a contemplar, lo que no consiste en quedarnos inmóviles durante horas, pensando. Lo podemos hacer siempre que notemos la demanda interior, aunque cuando estemos en soledad, en la naturaleza o con personas en contemplación será más favorable.
Poco a poco nuestra mente se irá tornando contemplativa en todo momento; no se tratará de ejercitar una disciplina, no consiste en desarrollar algo a base de repetir determinados actos; tal proceso sería mecánico, y la libertad a la que aspiramos, pura lucidez, no puede serlo. La lucidez no llega como consecuencia de la repetición de unos actos, sobreviene por inspiración, es sagrada, como decían los antiguos. La palabra sagrada deja al pensamiento sin saber qué hacer. ¿Qué quiere decir que algo es sagrado? Que la mente pensante no sabe cómo abordarlo, que no lo puede controlar, que no lo comprende. Eso es lo que significa sagrado.
Desde el lugar sagrado de la conciencia, donde no existe esa ilusión de separatividad, todo es sagrado porque todo es expresión de Aquello. Y al sentir su Presencia ya no tengo deseos. únicamente siento avidez cuando me creo que una cosa es buena para mí y la otra es mala, que con esto voy a ser feliz y con lo otro no. Si ya vivo en ese lugar sagrado donde la plenitud y la libertad son mi naturaleza, no tengo que hacer algo para conseguir ser libre o para ser feliz. Si ya descubro ese lugar sagrado, donde no hay separación, no tengo que tratar de mejorar las relaciones. Esta es la Verdad; nos parece demasiado grande comparada con las ideas adaptadas a la talla de la mentalidad pensante de esta época, que encontramos en los medios informativos.
Muchas veces señalamos que no hay que adaptarse a las personas; verdades como esta de la filosofía perenne, tan abstractas, casi no las entiende nadie porque habitualmente se busca otra cosa. Pero no importa lo que las personas quieran o dejen de querer, porque en realidad no hay personas; lo único que hay es Conciencia, y esa Conciencia sagrada en el tiempo se manifiesta en múltiples formas humanas que aparecen y desaparecen. Solo aquella Conciencia permanecerá, y esto es lo Real en nosotros corno seres humanos.
De ahí que vayan deshaciéndose una cantidad de compromisos, exigencias, preocupaciones de quedar bien o de qué pensarán los demás. Todo eso cae rápido ante la contemplación de la Verdad; pero inmediatamente surge el miedo: si los demás no piensan bien de mí, no voy a encontrar un trabajo adecuado; si no me quieren, me van a dejar solo; cosas así. Cuando aparece el miedo, lo tengo que mirar a la cara, tranquilamente: ¿qué haré si pierdo mi empleo, si no tengo dinero, si no me quieren? En seguida, el pensar me lanza al futuro imaginado.
Miro el miedo, y ¿qué me encuentro? Está fundamentado en una creencia falsa: la suposición de que soy un ser separado de la totalidad, alguien menesteroso, ajeno a la Inteligencia. Puede ser que este cuerpo necesite alimento y otros cuidados; pero como señalaba Jesús: mira los lirios del campo, tienen todo lo que necesitan, el sol, el aire; no se preocupan por vestirse tanto como nos preocupamos los seres humanos, y sin embargo están expresando la belleza de manera auténtica.
La confianza en la Vida inteligente consiste en darse cuenta de que no estamos desgajados de la unidad, que nuestro Ser no es esta persona limitada que está encerrada en un cuerpo, con un temperamento, con unas peculiaridades según nuestra educación, herencia de nuestros padres, etcétera. Eso es lo que no somos, eso es lo que aparece en el tiempo y desaparecerá. Entonces, ¿qué es lo que somos? En una sola palabra: lo Infinito; no se puede definir. Y si somos lo Infinito, ¿dónde queda ese miedo? Si empiezo a darme cuenta de que lo que soy no tiene límites, el miedo desaparece. El temor está incluido en la creencia de que soy una persona aislada, extraña ante los demás, y que tengo que defender mis derechos. Cuando no soy una persona, ya no tengo que defender derechos, ni hacer lo que yo necesito para mí. No tengo que preocuparme de que los demás me respeten, me valoren. Al salir del lugar no respetable del pensamiento, allí todo es respetado y abrazado, inmerso en Libertad.
Por eso, por supuesto, no soy libre para hacer unas cosas u otras. La Libertad auténtica no es esa libertad utilitaria que conocemos; no se trata de ser libre para poder hacer lo que antes no estaba permitido a las mujeres, o a una u otra determinada clase social. Antes no teníamos libertad, ahora sí; esa supuesta libertad que disfrutamos es la libertad para destruirnos, no es la verdadera libertad. La Libertad es siempre desconocida para el lugar habitual en donde nos encontramos. No se ve, pasa inadvertida. A quien busca la libertad por fuera le pasa desapercibida esa Libertad. Cuando no tratas de ser libre, sino que ya eres Libertad, todas las acciones brotan libres, armoniosas y pacíficas, porque tampoco la paz se puede buscar desde el pensamiento. Es algo muy distinto a lo que esperábamos, pues ya no es libertad para hacer, sino para Ser.
Si una persona dice o cree que es libre, ¡cuidado con ella porque puede hacer barbaridades!; pero si una persona es Libertad, en torno a ella habrá armonía y serenidad. Bajo la consigna de tener libertad, ya sabemos cuántas atrocidades se han cometido, sufrimiento colectivo y sufrimiento individual. No es esa la libertad que estamos investigando, no es esa la plenitud que anhelamos en lo profundo de nosotros. No anhelamos la liberación para esta persona limitada que está en el tiempo, y que no es nada más que un constructo de la mente que la crea y la disolverá. Si somos algo, somos Aquello, y Aquello es Libertad; de lo contrario, soñamos que somos.
Todo lo que aparece, lo palpable, lo que parece real, lo que se constata con los sentidos sobre lo que se han construido tantas ciencias diferentes y lo que dura en el tiempo, no es la realidad. Está hecho de la realidad porque no hay otra cosa, pero no es sino manifestación limitada de la Realidad. La Realidad es infinita, no tiene limitaciones. Allí no hay separaciones; por eso allí hay Libertad. Cuando me siento separado, ya no puedo ser libre: unos me molestan y otros me agradan; estos favorecen mis intereses Y aquellos los perjudican. En el momento en que me siento un ser separado ya no hay libertad para mí.
La liberación consiste en poner de manifiesto mis creencias ocultas; ver que las creencias no las tengo yo, sino que ellas me tienen a mí. ¿Basta solamente con descubrirlas? Podríamos decir que después de descubrirlas hay que eliminarlas, pero se eliminan viéndolas, al poner ahí el foco de la conciencia. Si todavía no se han ido, si están escondidas en algún rincón, habría que seguir mirando mejor y vigilar momento a momento. En un instante de inatención empiezo a construir, sin darme cuenta, todo el edificio de lo falso. En el momento en que ya no puede pasar la Luz porque hay un obstáculo —y estamos tan habituados a ello, que no lo percibimos— comienza y continúa la construcción de lo falso, y a partir de ahí todo el psiquismo que conocemos: miedo, agresividad, preocupación y dudas. No soy libre.
Desde la mirada inteligente de la mente pura no tiene sentido tratar de eliminar la agresividad o procurar ser más amable. Si hay un error en la mente, una creencia falsa que ocasiona esa agresividad, el que me fuerce a ser amable con los demás para que no salga esa agresividad no resuelve la situación. Cuando hay una creencia interna falsa, la expresión es desarmónica; y si intento cambiar la expresión externa —por ejemplo, no ser agresivo o ser buena—, aquella creencia errónea que no ha sido eliminada reaparecerá, quizá de una manera todavía peor que la anterior. Algo falso está ocasionando una vida inauténtica.
Vayamos directos a contemplar lo que somos, la lucidez, que es el origen de toda manifestación limpiará nuestra mente de creencias. Cuando somos más conscientes, estamos más vivos, hay pureza en nuestra mirada, hay amor en nuestro sentir. Vivimos contemplando lo Eterno, vivimos en la Libertad.
Fuente: Consuelo Martín. Contemplar lo eterno (Gaia Ediciones)