Si dices o haces cosas, visibles ante los demás, no faltará quien te critique. Algunos de manera constructiva y otros en forma contraria. Ése es el riesgo de hacer, decir o escribir.
Eso no debe intimidarte, pues es normal que otros no hagan, ni digan, ni escriban mas que para criticar destructivamente. Incluso, hasta creerán que es su principal tarea. Los hay de profesión y los hay de afición. En el mundo profesional y en el social.
Todos tenemos amigos que, con sana intención, nos dicen que hemos errado por acción u omisión - y ¡qué bien que es así! Debemos escuchar todo y no atarnos a nada. Si tu conciencia te dice que has obrado mal, corrige; si crees que no, continúa por tu camino. Tu mejor guía es tu ser interior, no la opinión ajena. Lo que opinen los demás de ti no es de tu incumbencia, a menos que te hayas equivocado.
Por otro lado, hay “amigos” y desconocidos que tal parece que están al acecho de tus acciones para destrozarte con su lengua retorcida; es como un “deporte” mundial. Ellos se consagran a criticar de manera infértil: no producen frutos, sino malestares. El veneno no ayuda, el veneno mata. Aunque, recuerda, que lo que no te mata te fortalece. Haz acopio de tu fuerza interior para resistir las críticas mal intencionadas: las que llevan el fin de rebajarte para que, supuestamente, ellos suban ante los demás. Que no te usen como trampolín. No te dejes, no hagas caso.
No dejarse, no necesariamente significa contraatacar pues, precisamente, eso es lo que busca el criticón improductivo: la respuesta… para volver a embestir.
Vuélvete transparente y deja que la crítica pase de largo. No te agarres de ella, pues quedarás enganchado.
Toma en cuenta que la negatividad, en cualquiera de sus formas – en este caso de crítica infértil – no es más que un síntoma de rechazo a lo que es. El criticón negativo rechaza tu decir o hacer, pues no le gusta. No gastes tiempo en averiguar el por qué de su disgusto (insisto, a menos que estés actuando mal); no eres adivino ni tienes por qué serlo. Mejor pregúntate si has perdido la brújula de tu proyecto vital. Si no es así, no hagas caso.
“Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”, le dijo Don Quijote a su fiel compañero. Los “perros” ladran – con críticas estériles – porque esa es su naturaleza. No debes inquietarte, debes continuar; si detienes tu marcha, del ladrido vendrá la mordedura, cada vez más feroz, hasta que los “perros” calmen su envidia.
La envidia es un sentimiento que refleja inseguridad, desvalorización de los logros personales de los demás, incapacidad de reconocerse a sí mismo como un ser competente y el temor ante los avances ajenos. Lo grave de la envidia es que el temor, frente al éxito del prójimo, estanca los proyectos personales del envidioso.
La envidia debería ser ocasión para cuestionar el trayecto y las elecciones íntimas, un momento para replantear metas, sin pretender superar a nadie, mas que a uno mismo.
“Por tanto, si tu hermano peca, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano”
Mateo 18: 15-17
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D. R. © 2011 Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción de este artículo sin el permiso su autor.