El dolor se debe a lo que pensamos, de manera negativa, sin darnos cuenta de que nos lastimará de algún modo. Sé que sonará raro escuchar que un pensamiento puede originar dolor anímico, desorden conductual o achaques físicos, pues el origen de las dolencias, por lo general, lo situamos afuera de nosotros. Obvio que muchos malestares provienen del exterior, ya sea el mal clima, la violencia, las crisis económicas, los enemigos, un virus infeccioso, etc. Pero –de entrada- debemos asumir la responsiva del cómo reaccionamos ante los eventos del medio ambiente. Es decir, de lo que pensamos sobre lo que sucede.
Lo que pensamos proviene del albedrío, porque así lo quisimos o porque algo afuera nuestro lo ha detonado. Al pensar, pongamos por ejemplos, en un recuerdo (culposo, quizás), en un temor (preocupación por el futuro) o hacemos una suposición de lo exterior (economía, política, familia…) es cuando se pone en marcha la maquinaria del dolor o del bienestar, pues el pensamiento seguramente llevará la carga del juicio, de la interpretación. Por ponerlo de un modo simplista: “¿Es un vaso medio lleno o medio vacío?... Es cuestión de enfoque”.
En tratándose de enfoque es precisamente lo que marca la diferencia entre un pensamiento doloroso y uno placentero… ¡Ah!, pero al ego – si no lo controlamos – le da lo mismo alojarse en pensamientos tristes o gratos, mientras eso le dé alimento para subsistir. Es increíble cómo nosotros mismos nos hacemos daño al pensar, repetidamente, sobre cosas que nos duelen. Aclaro que puede haber casos enfermizos de depresión, quizás por causas de anormalidades en la química cerebral, deficiencias orgánicas, etcétera, pero son los extremos; lo usual es que muchos mal vivan en el sufrimiento producto del pensamiento auto flagelante.
¿Por qué nos atosigamos y nos ocasionamos dolor?... Quizás por la falta de un entrenamiento mental o por aprendizajes de otros (mi madre siempre se quejaba, podría decir más de alguno) o qué sé yo. Lo que es un hecho es que hay dos tipos de pensamientos: los que causan dolor y los que producen felicidad. Todo, una vez más, se reduce a lo que pensamos – léase interpretamos – de lo que sucede, normalmente afuera de sí mismos.
Recordemos que los bebés, cuyo ego y pensamiento se encuentran muy reducidos, es muy poco lo que sufren; o su dolor tiene explicaciones muy reales: hambre, sueño, cólicos. Nada saben aún de lo que sucede al exterior de su pequeño mundo. En la medida en que vamos creciendo desarrollamos – según sea el entorno y la carga genética – hábitos de pensamiento que nos llevarán en una dirección que puede ser positiva o negativa. El reto, ya de adultos, es aprender a pensar en positivo.
Me expongo a los críticos que dirán que: ¿Cómo pensar en positivo si el Mundo está de cabeza? Y los invito a dos reflexiones: el mundo nunca ha estado “bien”, y tampoco el concepto de lo que es bueno o malo es uniforme, cada quien tendría su propia interpretación de lo que es “bueno” y lo que es “malo”. Con todo y que el Mundo esté de cabeza se puede observar mucha gente feliz; pero que conste que no hablo de guerras, hambrunas, epidemias, homicidios y demás atrocidades, sino de situaciones de normalidad relativa en las que, con todo, nos las ingeniamos para provocarnos dolor a través de pensamientos dañinos.
- ¡Pero es que me costará mucho trabajo cambiar de modos de ser y pensar! – podrías decir. El mismo trabajo que te ha tomado aprender a producirte dolor es lo que te tomará aprender a pensar en lo agradable… ¿O no?
“El dolor, si no se convierte en verdugo, es un gran maestro”
Anónimo
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D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor