Mucho se ha dicho de que, tarde que temprano, llegará el Día del Juicio Final. Yo prefiero hablar del Día del Final de los Juicios; del día en que dejemos de enjuiciar a todo y a todos, y también de juzgarnos a sí mismos. Ese día - que ojalá y que llegue pronto - desaparecerán muchos de los sufrimientos que constantemente nos ocasionamos por proceder como jueces incansables, sumidos todo el tiempo en la negatividad.
Reflexionemos en lo siguiente: del 100% de los juicios y pensamientos que a diario tenemos, algo así como un 90% son los mismos que tuvimos el día anterior, y que los mismos de anteayer, y de los que le preceden. Es por ello que casi siempre las decisiones del hoy las tomamos con base en las experiencias del ayer, y de acuerdo a los cajones mentales que hemos fabricado a lo largo de los años. Por eso nos va como nos va, pues no cambiamos de modos de razonar y de ser; ya que tan sólo repetimos lo mismo, jornada tras jornada, esperando que las cosas se enmienden, por sí mismas, sin que nuestras reflexiones y quehaceres realmente se transformen.
Para verlo de otro modo, nuestros pensamientos del día a día se pueden clasificar en cuatro grupos:
ü Los necesarios. Éstos son los indispensables para operar en lo habitual; que si me aseo, que si desayuno, luego voy al trabajo, me subo al automóvil, llevo a los niños a la escuela y de ahí voy a una reunión.
ü Los inútiles: el nombre lo dice todo. Son cavilaciones inservibles pues no nos conducen a nada. Es más, deterioran enormemente nuestro vigor físico y mental; y lo peor es que son a los que más tiempo les dedicamos en el día. No son mas que ideas infructuosas sobre lo que pudo haber sido y no fue. Solemos deliberar que “si hubiera hecho esto o lo otro, de otro modo hubiera sido tal cosa”. Pero recordemos que “el hubiera” no existe.
ü Los negativos. Estos los podremos reconocer cada vez que nos sintamos mal y que, por lo mismo, nos debilitemos. En su mundo muy particular, cada quien sabrá cuáles son esas funestas preocupaciones.
ü Los positivos: aquellos que nos hacen sentir bien, que nos definen con una actitud positiva y optimista frente a la vida, para con la salud, para con el trabajo, con la sociedad y la familia; que nos suministran de más recursos internos y nos empoderan para esquivar mejor las adversidades. Es más, funcionan como una especie de imán con el que atraemos personas, cosas y eventos favorables; y que, por el contrario, en las mismas circunstancias, las personas de pensamientos negativos terminan por atraer lo malo… Y que luego se preguntan, ¿por qué me pasa esto?
Sobra decir que debemos llenar nuestra mente de pensamientos provechosos, de los llamados necesarios y de los positivos, y reducir o eliminar completamente los inútiles y los negativos. Así, nuestra capacidad de pensar y de hacer se volverá exponencial; estaremos destinando lo mejor de nosotros a las labores más fructíferas.
“El optimista se equivoca con tanta frecuencia como el pesimista, pero es incomparablemente más feliz”
Napoleón Hill
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