Cuando nos preguntan: ¿Qué es lo que te agobia o te molesta?, o ¿por qué has hecho esto o lo otro? Respondemos con el primer pensamiento que traemos en la mente, con el que está “enfrente”, con el que no es la causa verdadera y última, sino con el que encabeza la lista de pensamientos que nos llevan a hacer cosas. Lo que hacemos proviene de lo que creemos y pensamos, pero no siempre identificamos el pensamiento original, que es un dogma, profundamente arraigado, que nos ha acompañado desde siempre. Y si aceptamos como válida la primera respuesta que se nos ocurra (es decir como la auténtica causa de lo que hacemos y de lo que nos ocurre) caeremos en el equívoco de juzgar que por ese pensamiento fue que sucedió lo que sucedió.
Me explico con un ejemplo cotidiano: El marido llega a la casa, abre la puerta y se enfurece porque los niños están jugando y gritando, lo que es una situación perfectamente normal en los chiquillos. La esposa le pregunta que si qué le pasa y lo más seguro es que el marido responda con más enojo, y discuta que los hijos están mal educados, que son muy traviesos o desobedientes o lo que sea… Y que por eso está enojado. La mujer se hace de palabras con su marido, él castiga a los chicos y todo aquello termina en una mini tragedia que pudo haberse evitado. Si pudiésemos escarbar en la mente de ese hombre, podríamos encontrar que la raíz de su enojo viene de un pensamiento detrás del pensamiento, de una creencia que está a la zaga de la molestia de los juegos y estridencias de sus hijos. En un intento de hacerle de psicólogo, quizás, lo que sucede es que el personaje tiene la necesidad de vigilarlo todo y que ello provenga de su niñez, de un papá que fue como él pretende ser: un controlador. Asimismo, podría ser que en su trabajo no haya podido dominar los sucesos ajenos a él y entonces su frustración aumenta porque no puede controlar el comportamiento de sus criaturas.
¿Cuál es el pensamiento fantasma?, ¿el que está detrás de lo que él dijo al principio? No es que los pequeños estén mal educados, sino que él cree – pues así lo aprendió con su padre – que debe haber orden y silencio, y que los niños no deben jugar ni gritar dentro de la casa. Su pensamiento, detrás del pensamiento, es que las cosas y personas deben de ser de “cierto” modo, o si no hay que enojarse, lo que le causa inseguridad; es algo que choca contra los paradigmas de su línea paterna, y le genera inquietud tener una nueva familia que sea diferente.
Conocer el pensamiento fantasma puede ayudar (claro, con la humildad y predisposición necesarias para el caso) a enfrentarse y cuestionar si esa idea paradigmática sigue siendo operante en sus circunstancias actuales. Específicamente, la pregunta es: ¿si ese fantasma debe seguir presente?, pues, siendo realistas, le produce más dolor que felicidad. Seguramente su ego se rebelará diciéndole que no debe ceder, pues traicionaría sus códigos familiares. Recordemos que para el ego no existe el tiempo - ni le conviene - pues quiere seguir alimentándose, como parásito, de esas creencias fantasmales e inoperantes, pero que en la mente las hace muy vívidas y gobernantes.
Este ejemplo familiar lo podemos llevar, con los ajustes del caso, a cualquier asunto del orden empresarial, político, deportivo o religioso, pues la esencia (el ego, pues) es muy similar en todos los humanos, nada más cambian los personajes y la obra teatral en turno.
La invitación es a que estemos alertas de lo que pensamos, de lo que decimos a los demás y, más aún, a nosotros mismos. No nada más contamos mentiras a los otros, también nos las decimos a nosotros, y eso es más grave aún. Si no descubrimos esa verdad, ese pensamiento fantasmal, no daremos con el origen de ciertos males que nos aquejan y que podrían trocarse en bienestar y felicidad.
El pensamiento detrás del pensamiento es la clave para sanarse.
Correo: manuelsanudog@hotmail.com
Blog: www.entusiastika.blogspot.mx
D. R. © 2012 Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor