¿Vives con aquella sensación de que estás siempre disponible cuando precisan de ti, siempre das atención, ofreces tu ayuda, eres macanudo, pero…cuando eres tú quien precisa de algo, difícilmente encuentras reciprocidad?
¿Y en las relaciones entonces? ¿Parece que siempre eres tú quien tiene que ir atrás, buscar, agradar, intentar marcar algo? ¿Y queda la impresión de que si no haces nada, no llamas, nada va a suceder?
En primer lugar, es bueno aclarar que no existe un aparato para medir quien hace más en una relación. Además, la intención no debe ser ésta, ya que no se trata de competir y, si, de entrega, complicidad, ¡ganas! Después, vale recordar también que el objetivo no es igualar comportamientos o maneras de involucrarse. Cada uno tiene su manera y se entrega de un modo particular. Son esas las diferencias que, en general, enriquecen mucho la relación.
En última instancia, no se trata de exigir garantía de retorno o, como se dice popularmente, “solo hacer por interés”. Sin embargo, la cuestión es: si vives haciendo, entregando y ofreciendo para sustentar la relación, va a llegar una hora en que esa dinámica va a pesar. Y vas a sentirte cansado, exhausto, con la sensación de que estás cargando solo lo que debería ser cargado de a dos. ¿Es evidente que hay un desequilibrio ahí!
Bueno éste debe ser considerado un momento fantástico: aquel en que te sientes incomodo, frustrado ¡y decides que no quieres más! ¡Que así no da! ¡Es hora de cambiar, hacer diferente! Es preciso explicar sobre hacer diferente porque, aunque parezca increíble, hay gente que desea obtener nuevos resultados y, aún así, continua teniendo las mismas actitudes de antes. O sea, ella misma no cambia, ¡pero quiere que los acontecimientos cambien!
Eso significa que de nada servirá que reclames una postura diferente de las personas con quien te relacionas, sea en el trabajo, con los amigos o con la persona amada. Si no estás satisfecho con los resultados que vienes obteniendo con esas personas, cambia tú! Porque, al final de cuentas, cambiar a ti mismo es el único cambio posible. ¡Nadie cambia el otro!
Un comienzo buenísimo es adquirir conciencia de tus actos, de tus elecciones y del modo como te comportas en tus relaciones. Muy probablemente, si el otro no se mueve, es porque tú te mueves antes, te nueves mucho, te mueves demasiado rápido. Si el otro está acomodado, solo en el “venga a nosotros”, seguramente estás precipitándote y dejándolo mal acostumbrado.
El ejercicio es el siguiente: a partir de ahora, vas a observar tu propio comportamiento y no vas a ofrecer, hacer o ayudar a nadie sin que sea solicitado. Nada de intentar ser el queridito, el indispensable, el hace todo. Quédate quietito y espera ser llamado. Y, aún así, presta atención! Cuando alguien te pida algo, antes de decir rápidamente que “si, claro”, cuestiónate: ¿quieres realmente hacer eso? ¿Puedes hacerlo? ¿Tienes tiempo? Si hay algún tipo de dificultad o falta de ganas de tu parte, respétate… y di que lo sientes mucho, pero que de esta vez no podrás ayudar.
La idea es aprender a valorizarte a ti mismo, aprender a respetar tus ganas y, antes, aprender a reconocerlas. Es adquirir conciencia propia y de tu lugar en el mundo y en las relaciones. Es percibir cuanto eres macanudo y mereces ser bien tratado, así como tratas muy bien a quien amas.
Y recuerda: cuando tu ayuda es demasiado fácil, demasiado simple, siempre disponible, la tendencia es que parezca ante el otro, aunque no sea a propósito, exactamente así: fácil simple y mucho. Más o menos como la ley de oferta y demanda: si hay mucho, es barato y, en algunos casos, hasta es desvalorizado, si hay poco, es caro, valioso. ¡Yo partiría del principio de que tú, mi querido, eres valioso! ¿Y tú?
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