Esa cosa de que primero precisamos amarnos para solamente después volverse apacible al amor del otro es, en teoría, muy simple de entender. Más o menos como cuando viajamos en avión y, antes de aterrizar, los comisarios se apuran para avisar: en caso de despresurización de la cabina, máscaras de oxígeno caerán automáticamente. Ponte primero la tuya y solamente después auxilia a quien esté a su lado. O sea, si no te das cuenta de que precisas cuidar, antes de todo de ti mismo, no estarás apto para cuidar del otro y tampoco despertarás en él el deseo de cuidarte. En otras palabras, caemos en el famoso dicho popular: si no te amas, nadie más va a amarte.
Si, ya sé, en la práctica no es tan simple. Tiene que ver con el autoconocimiento, autoestima y noción de merecimiento. Tiene que ver con el modo como tú te ves. Es todo muy sutil, un tanto inconsciente, pero créelo: ¡funciona exactamente así! Mientras que no consigas verte como una persona macanuda, buena realmente, que tiene belleza auténtica e interesante, que se puede volver más y más atrayente, tanto por dentro como por fuera, no vas a convencer a nadie de que vale la pena ser amada. Simplemente porque ni siquiera tu consigues hacer eso. No consigues amarte. No encuentras motivos suficientes para eso. A partir de ahí, jamás tendrás condiciones de reconocer el amor que el otro puede darte.
Siendo así, el primer paso es descubrir las razones que te hacen una persona que vale la pena ser amada. Tal vez facilite si piensas en alguien que realmente creas que merece. ¿Quién dirías que, si fueses como ella, ciertamente serías amada? ¿Cuáles cualidades tiene esa persona, tanto internas como externas? ¿Por qué ella es admirable y encantadora? ¿Cuáles características te parecen tan seductoras? Tómala como un modelo, ¡pero nunca, jamás, quieras ser exactamente como ella!
No lo eres ni nunca lo serás, felizmente. Nuestro mayor triunfo es ser singulares y complementarios. ¡Si fuésemos todos iguales, el mundo sería un gran aburrimiento, puedes apostar!.
Ahora, toma una hoja y anota todo lo que precisas mejorar. Por ejemplo: cabello, piernas, piel, humor, manera de hablar, tolerancia, hablar menos, escuchar más, no tomar todo tan en serio, estar menos a la defensiva, más cariñoso, más divertido… ¡Tú sabes! Si estas realmente dispuesto a gustar más de ti, seguramente vas a empeñarte en que sea posible. Pide a los amigos que te cuenten al menos una característica tuya que podría ser mejor. Y sé inteligente para aprovechar. No tomes todo como una crítica. Escúchalo como una oportunidad de crecer, evolucionar.
Y así, lapidando tu cuerpo y tu alma, como un proceso, una reforma de ti mismo, estoy segura de que, día tras día, vas a apasionarte por quien eres, por quien siempre fuiste, pero que dejaste perder en medio de tantos miedos y defensas. Y cuanto más te mires delante del espejo y te admires, más encontrarás tu lugar en el mundo y más digna y elegantemente lo ocuparás. Y más seguridad tendrás de que, a pesar de no ser amado por todos -porque nadie es unánime-, serás amado por quien tenga que ser. Por quien sea compatible, Por almas afines, que se identifican y se complementan.
Amarte a ti mismo es un ejercicio de auto conquista diario. Del mismo modo que amas al otro por lo que te hace sentir, también te amas (o no) por los sentimientos y sensaciones que eres capaz de provocar. Y es eso, exactamente eso, que hace que el otro se apasione por ti, o no… Todo va a depender no de buscar la persona correcta, ¡sino de volverse la persona correcta! No de amar al otro para entonces ser amado, sino de amarte para entonces ser amado por el otro y, en contrapartida, ¡ofrecerle tu mejor y más lapidado amor!
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