Al iniciar una relación es muy natural que intentemos agradar al otro. A fin de cuentas es la fase de la conquista, es tiempo de cautivar un corazón desconocido. Para ello, es preciso que haya identificación, armonía, deseo de mantenerse cercanos…
Sin embargo, también es muy natural que, con el paso del tiempo, cada cual empiece a revelar sus deseos y su modo de ser, y no siempre lo que uno quiere y hace es lo mismo que al otro le gustaría o haría. Son dos personas que, por mucho interés mutuo que descubran, tienen historias, valores y gustos diferentes.
Algunas personas, al darse cuenta de que de algún modo han desagradado o decepcionado al otro con su actitud, su elección o con la simple expresión de sí mismas, se sienten inseguras y temerosas de que la relación termine. Así, deciden relevar esa voluntad para considerar la voluntad del otro.
Sin duda, saber ceder es una cualidad admirable. Por cierto, cada vez más rara, diría yo. Pero es preciso comprender, ante todo, la diferencia, la sutil diferencia que hay entre ceder conscientemente y dejarse anular, subyugar, y no ocupar el lugar propio en las relaciones.
En otras palabras, el caso es que, en una relación, hay que aplicar la famosa regla de “ni 8 ni 80”. Es decir, el equilibrio es el secreto. Y pese a que no siempre es fácil practicar el equilibrio, especialmente porque los resultados también dependen del buen sentido del otro, yo diría que, con mucho diálogo y disposición para la madurez, es posible.
Dicho esto, pienso que el verdadero problema en esta cuestión de agradar al otro o ser uno mismo es más profundo. El hoyo está más abajo. Ocurre que muchas personas vienen ahogando sus deseos, ignorando sus sentimientos, no dando oídos a su intuición y cerrando los ojos hacia sí mismas, no como demostración de madurez y equilibrio, sino justamente lo contrario: como demostración de inmadurez, desajustes internos y enorme urgencia en revisarse, antes de intentar agradar al otro, sea éste quien fuere.
Incluso porque hemos de convenir en que alguien que termina haciendo todo lo que otro quiere está muy lejos de ser agradable. Solo ocupa el lugar de quien alimenta, aparte de los suyos propios, también los desajustes obvios del otro. ¡Sí, claro, quien acepta estar en una relación en la cual su voluntad tiene que ser soberana y el otro nunca tiene vez, está decididamente demostrando la otra cara de la misma moneda! O sea, no hay una víctima y un villano. Hay dos seres humanos necesitados de trabajar sus individualidades y la capacidad de mirarse a sí mismo y al otro como merecedores de algo que forme más sentido. Que se parezca un poco más al amor.
Y hagámonos cada vez más conscientes de una gran verdad: ser uno mismo no es una elección, no es una acción forzada. Es la suave y natural consecuencia de un proceso de auto-conocimiento y, sobre todo, de saber reconocer que cada vez que no encontramos espacio para exponer lo que sentimos y queremos, o sea, espacio para ser enteros e íntegros, esa situación no es real. Y no vale la pena vivirla.
Por fin, solo hay una manera de agradar a la persona adecuada y en el lugar oportuno: ¡Siendo quien tú eres! ¡Mientras esto no suceda, mientras estés perdido de ti mismo, seguirás atrayendo a la persona equivocada, en el momento equivocado y en el lugar equivocado!
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