Un frente avanzado de las ciencias, hoy, es constituido por el estudio del cerebro y de sus múltiples inteligencias. Se alcanzaron resultados relevantes, también para la religión y la espiritualidad. Se enfatiza tres tipos de inteligencia. La primera es la inteligencia intelectual. El famoso QI (Coeficiente de Inteligencia), al cual se dio tanta importancia en todo el siglo XX. Es la inteligencia analítica por la cual elaboramos conceptos y hacemos ciencia. Con ella organizamos el mundo y solucionamos problemas objetivos.
La segunda es la inteligencia emocional, popularizada especialmente por el psicólogo y neurocientífico emocional (QE= Consciente Emocional). Empíricamente mostró lo que era convicción de toda una tradición de pensadores, desde Platón, pasando por San Agustín y culminando en Freud: la estructura de base del ser humano no es razón (lagos) sino emoción (patéticos). Somos, primeramente, seres de pasión, empatía y compasión, y enseguida, de razón. Cuando combinamos QI con QE conseguimos movilizarnos a nosotros y a otros.
La tercera es la inteligencia espiritual. La prueba empírica de su existencia deriva de las investigaciones muy recientes, en los últimos 10 años, hechas por neurólogos, neuropsicólogos, neurolinguistas y técnicos en magneto encefalografía (que estudian los campos magnéticos y eléctricos del cerebro). Según esos científicos, existen en nosotros, científicamente verificable, otro tipo de inteligencia, por la cual no solo captamos actos, ideas y emociones, más percibimos los contextos mayores de nuestra vida, totalidades significativas, y nos hace sentir incluidos en el Todo. Ella nos vuelve sensibles a valores, a cuestiones ligadas a Dios y a la trascendencia. Es llamada la inteligencia espiritual (QEs = Consciente espiritual), porque es propio de la espiritualidad captar totalidades y orientarse por visiones transcendentales.
Su base empírica reside en la biología de las neuronas. Se verificó científicamente que la experiencia unificadora se origina de oscilaciones neuronales a 40 herz, especialmente localizada en los lóbulos temporales. Se desencadena, entonces, una experiencia de exaltación y de intensa alegría como si estuviésemos ante una Presencia viva.
O inversamente, siempre que se abordan temas religiosos, Dios o valores que conciernen al sentido profundo de las cosas, no superficialmente sino en un envolvimiento sincero, se produce igual excitación de 40 herz.
Por esa razón, neurobiólogos como Persinger, Ramachandran y la física cuántica Danah Zohar bautizaron esa región de los lóbulos temporales como el “punto de Dios”.
Si es así, podemos decir en términos de proceso evolutivo: el universo evolucionó, en billones de años, hasta producir en el cerebro el instrumento que capacita al ser humano de percibir la Presencia de Dios, que siempre estaba allí sin embargo no percibido conscientemente. La existencia de ese “punto de Dios” representa una ventaja evolutiva de nuestra especie homo. La espiritualidad pertenece al humano y no es monopolio de las religiones. Antes, las religiones son una de las expresiones de ese “punto de Dios”.
Leonardo Boff