Una vez escuché a un formador en una conferencia argumentando que, por supuesto, todos los seres humanos somos iguales, que tenemos los mismos derechos y que no se justifican las discriminaciones por razones de sexo, raza, clase social, etc. Pero que quizás en dos aspectos no éramos tan iguales como a primera vista parece. El auditorio se quedó atónito esperando que el conferenciante desvelara a qué se refería cuando, hasta el momento, había defendido la igualdad de todas las personas. Entonces aclaró su posición: no somos iguales en experiencia ni somos iguales en conciencia.
Pensé inicialmente que eran un par de buenas razones para volver a establecer diferencias (más sutiles) entre las personas y mi mente tendente a lo igualitario se resistió a aceptar la idea. Pero cuando me serené sentí que ese señor había dado en la clave de lo que nos hace sentir y percibir de maneras tan divergentes.
Es cierto que la falta de experiencia compartida[1] hace que juzguemos como buenas o malas ciertas cosas y que, al experimentar, las teorías que uno mantiene se modulan, cambian y transforman. Y que, como consecuencia de abrirse a la experiencia, la manera de pensar y ver el mundo evoluciona. Y esa evolución que se va abriendo a los diferentes aspectos de la vida de cada ser humano va haciendo que algo dentro de uno se expanda: la conciencia. Conciencia quiere decir ampliación, expansión, superación de límites. La conciencia empieza por escuchar. Escuchar es sentir lo que ya es antiguo dentro de ti. Si repites es que ya has pasado por ahí. Y el disco suena para recordarte que ya has pasado por ahí. Unos follan y otros hacen el amor, ¿te suena?. Unos buscan el orgasmo rápido y otros la plenitud en la fusión con el alma de quien tiene al lado. ¿te evoca algo? Si algo te suena , bien. Si no, también bien. Si algo te evoca algo, bien. Si no te evoca, bien también.
Cualquier percepción lo que hace es mantenerte en una red personal de creencias, pensamientos, emociones y sensaciones que conforman tu nivel de conciencia. Y la sensación inevitable de… “este polvo ya lo he hecho, esto ya lo he vivido, esta sensación con este cuerpo ya lo tengo más que visto”… esa sensación es el enganche con tu próximo nivel de conciencia, sea el que sea, estés donde estés.
Entonces te viene la intuición de “ya no quiero mas de lo mismo” y te das cuenta de lo que mata o no una relación, de lo que te hace rico o pobre en tu manera de ver las cosas, de lo que das y lo que recibes, de lo que le pides al mundo y lo que estás dispuesto a ofrecer. Y ahí nuevamente se te revela tu conciencia, tu capacidad para absorber o rechazar, para aceptar o rehusar.
En términos sexuales propongo que un primer de conciencia es vivir al otro como un objeto. Y aquí no se suele hacer el amor, sino quizás la guerra. Este nivel se nota porque necesitas –para sentirte bien- que la otra persona tenga el orgasmo contigo para, en el fondo, demostrarte tu propia masculinidad o feminidad, tu valía como objeto que provoca en otro objeto una reacción… Y la conciencia se eleva con el proceso de ver a quien tienes al lado, no como objeto, sino como sujeto, que es el progresivo apercibimiento de que el sexo es la compañía se ser, el encuentro que se da sin forzar nada, que la fluidez es el código de la vida oculta tras las luchas y forcejeos de robar la energía del otro a través de un sexo con un final previsto y una alta expectativa de éxito. Hacer el amor es conciencia, es casi ideología, no es follar el cuerpo, sino rozar el ser que se perfila entre dos conciencias que eligen la experiencia de la unión.
[1] En el prólogo de “Un curso de milagros” (Fundación para la paz interior, 1990) dice que una teología universal es imposible pero que una experiencia universal sería deseable.
http://www.mentirasdelsexo.com/2009/09/sexo-y-fusion-con-el-otro/#more-221