Yo hago lo mío y tu haces lo tuyo
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas
Ni tú estas en el mundo para llenar las mías
Tú eres tú y yo soy yo
Si casualmente nos encontramos será hermoso
Si no, no importa.
Fritz Peris
Solemos sentir culpa, quedamos atrapados bajo el peso de este molesto sentimiento que puede convertirse en un verdadero obstaculizador de nuestra felicidad. Si bien no somos perfectos y al equivocarnos podemos llegar a lastimar a alguien, solemos abusar del sentimiento de culpa más para castigarnos a nosotros mismos que para resarcir a quienes hemos infringido.
Existen situaciones donde es lícito experimentarla, ¿pero que sucede cuando comenzamos a sentirla cuando no deberiamos? La culpa mal utilizada nos hace sentir que no servimos para nada, que no somos lo suficientemente buenos, que no somos merecedores de amor, que somos crueles.
Una de las raíces de la culpa es el miedo al abandono. Buscamos ser amados y con tal de lograr ese objetivo, moldearemos nuestra personalidad de acuerdo a las personas que nos rodean y las circunstancias, realizaremos actos que no queremos, entregamos nuestra esencia en pos del ideal de que otra persona nos acepte por entero. Lo irónico de todo esto, es que al perseguir los deseos de los demás, vamos generando rencor hacia nosotros, ya que es imposible agradarle a todos a pesar de que sigamos fielmente sus caprichos. Es desgastante pensar todo el tiempo en cómo agradarles a los otros, cómo actuar para que nos aprecien, medir nuestros comportamientos, nuestras actitudes, sólo para que nos amen incluso hasta los extraños. Esa hambre de amor no puede ser apagada con el amor incondicional de los demás, sino que tiene que ser satisfecha por nuestros propios medios. Hasta que no aprendamos a amarnos, respetarnos y sernos fieles a lo que realmente queremos, siempre caeremos en la tentación de convertirnos en seres volubles a merced de las órdenes de los ajenos.
La culpa puede manifestarse tanto a nivel emocional, físico o mental, mediante dolores de cabeza, presión en el pecho, nervios, agresividad intensa, autorreproches.
Existen tipos de personalidad más propensas a sentir culpa excesiva, como aquellos quienes presentan rasgos obsesivos. Todo comienza gracias a que establecemos un ideal demasiado exagerado como para poder alcanzarlo en la realidad y eso va generando dolor, ya que entramos en conflicto con lo que deseamos ser y con lo que somos en la realidad.
Debemos dejar entrar el equilibrio en nuestras vidas y aceptar la complejidad de las experiencias, nada es absolutamente bueno o malo. Hay que desechar el pensamiento negativo que no deja ver más allá de nuestras propias narices y nos limita en cada área de nuestra vida. Ser extremadamente estrictos con nuestros actos y siempre buscar acatar las normas de los demás a pesar de que no queramos, simplemente hacerlo porque es lo correcto contribuye también a paralizarnos emocionalmente. No podemos perder el tiempo y la energía en intentar arreglar la vida de todo el mundo, esas fuerzas las necesitamos volcar en nosotros para fortalecernos y una vez que lo logremos, ahí si poder ayudar. La búsqueda de la perfección se convierte en una trampa muy difícil de escapar, caemos en una utopia que jamás será alcanzada ya que la perfección no existe y eso está bien.
Teniendo en cuenta estas cosas, debemos observar la culpa bajo la lupa del análisis, desentrañar por qué sentimos lo que sentimos y si estamos en lo cierto de sentirnos tan mal. Este sentimiento se convierte en un peso que nos arrastra a la tristeza y no es necesario que siempre estemos pendientes de qué hacemos, qué decimos, para agradar a los demás. Si vives tu vida bajo la sombra del deseo ajeno, jamás tendrás la oportunidad de comprender cuán maravilloso puedes llegar a ser si tan sólo comenzaras a pensar de acuerdo a la armonía de tus propias ideas.
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