Para de hablar, para de objetar, deja que haya silencio aunque sólo sea por un momento. Date cuenta de que tú no puedes hacerlo, de que no puedes lograr que eso ocurra. Date cuenta de que las críticas, los juicios y las resistencias seguirán brotando en tanto que los hechos de la vida sigan brotando.
Déjalo estar, déjalo ser al silencio y déjala ser a la quietud. Fíjate que cada pensamiento que tienes es casi un pensamiento “Yo” o un pensamiento “Mí”. Casi todos nuestros pensamientos tienen que ver con el Yo o se refieren al Mí o al Mío: “lo que yo siento”, “lo que me parece”, “lo que es para mí según mi experiencia”, “lo que sucede depende de donde yo vengo” y así sucesivamente. Y aún en las ocasiones en que no empleas tales palabras, pensar sigue siendo una configuración en función de ti, porque tú piensas que la verdad sigue siendo tú pensamiento, tú opinión, lo que tú sientes sobre ti mismo/a y sobre tu realidad.
Así que abandónalo ya, por favor, detente. Cuando se te da la inefable gracia, o el increíble don de ver, de percibir lo que piensas, fíjate que la mayoría de las personas no se dan cuenta de que están pensando todo el tiempo, y lo están haciendo sobre el “Yo”, el “Mí”, el “Mío”, el “Para mí”, como los niños; cualquiera diría que hasta la adultez cronológica han pasado años ¿verdad?
Bueno, cuando se nos da esa inestimable gracia de ver, ese a veces inmerecido Don de percibir lo que pensamos, podemos también añadirle el darnos cuenta de que es sólo una opinión. Porque pensar es un mecanismo mediante el cual te identificas con algo de ti. Por lo tanto, cuando eres capaz de escucharte, honra ese Don deteniendo tu esquema de pensamiento, y suéltalo. Suelta la opinión, el espacio de identidad contenido en cada afirmación acerca de ti mismo, cada pregunta que proviene de ti, cada comentario que te concierne a ti. ¡Suéltalo! Deja que te detenga la gracia que en un momento dado te permite descubrirte dando una opinión y hablando desde tu Yo, y ¡deja que eso te detenga!
Aquietarse no significa dejar de mover el cuerpo, que tampoco está mal, por cierto. No significa tratar de impedir que aparezcan pensamientos o sentimientos, algo que tampoco está mal. Aquietarse significa soltar el nivel secundario del pensamiento, ¿qué cuál es? El que contiene las opiniones, los juicios, los comentarios…
Eso es lo que significa detenerse. Ningún pensamiento que hayas tenido es la verdad, ninguna opinión que alguna vez hayas mantenido es correcta. Tampoco ninguna idea que hayas tenido acerca de ti o acerca de “¿quién?” o “¿qué eres?” se ha correspondido de manera exacta con la realidad, y jamás lo hará; así que ¡suéltalas! Suelta absolutamente todas y “por favor, detente”.
Comparar, tamizar, aprender, batallar, imaginar, sentir… Todo eso es como tratar de asir una sombra o perseguir el viento, lo que es ¡imposible! En cambio sí es posible adoptar el impresionante desbordante el Don de “Parar”, de permitir el desprendimiento tal como un montón de piedras de una montaña, que forman en su caída -además del susto y de su energizante sacudida-, otra estructura al llegar al suelo. Deja que te todo eso ocurra; permite que todo el cúmulo de postulados y certezas se desprenda y deja por completo de sostenerlo y tomártelo en serio.
Entonces, ¡déjalo estar! Y ¡aquiétate!
http://www.continental.com.ar/opinion/bloggers/blogs/blog-de-marilo-lopez-garrido/para-de-hablar/blog/1775599.aspx