A todo el mundo nos gusta el sexo pero, sin embargo, hay personas que se resisten a reconocerlo, porque creen que es algo malo. Estas personas que no pueden aceptar con libertad su inclinación a algo tan natural como el sexo deberían preguntarse qué es lo que les lleva a actuar de esta manera.
Tanto aspectos sociales como individuales pueden hacernos dudar de que sea positivo reconocer nuestra inclinación al sexo. Por ejemplo, en la religión existen prohibiciones y limitaciones a la sexualidad, que son impuestas como condición de pertenencia y fe.
También hay personas que sienten miedo ante el sexo porque lo ven como una manera de transmitir enfermedades de transmisión sexual (ETS) o de caer en lo que ellos creen que son obsesiones y perversiones.
Además, para evitar el miedo al sexo debemos hacer un enfoque integral de la sexualidad, tal como se define en relación a lo específicamente humano. Enseñar que la sexualidad tiene que ver con el placer, y que el placer está asociado al deseo es una asignatura pendiente en muchos ámbitos educativos.
Por otra parte, el miedo al contagio de enfermedades tuvo su auge con la aparición del SIDA. Con la aparición del HIV también se reavivaron las propuestas de abstinencia que habían sido la tónica de décadas anteriores. Pero se desarrollan también fuertes campañas para el uso de protección que permita vivir la sexualidad con placer, libertad, responsabilidad y respeto por sí y por el otro.
En conclusión, no debemos avergonzarnos de reconocer que nos gusta el sexo, siempre que lo ejerzamos con el debido cuidado y respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás es una buena elección. Lo malo es lo que te perjudica o lo que perjudica a los demás.
Jaume Guino