Había una vez una niña a quien le gustaba mucho jugar. Su pasatiempo preferido era un juego de encastre, de ésos que traen un tablero de madera con figuras tridimensionales: un cubo, un triángulo, un cuadrado, una esfera, un rectángulo y una estrella. Pasaba horas colocando las piezas en su lugar correcto, una y otra vez, sacándolas, mezclándolas y volviéndolas a colocar.
Al crecer creyó que la vida era similar a su pasatiempo favorito, y siguió haciendo lo mismo con la gente, encasillándola según sus propios parámetros.
El problema no se suscitó con sus amistades, ya que habitualmente alguien encajaba de alguna manera en su modelo de triángulo o de cuadrado, ni con sus compañeros de estudios o de trabajo. Ellos eran fáciles de incluir dentro de las formas que ella misma había delimitado.
El problema se produjo con su búsqueda de pareja. Ella quería una estrella, pero no cualquier estrella, sino la que ella había imaginado de pequeña para su juego perfecto. Estaba segura que la iba a encontrar: si de niña ideó tantas veces esa pieza, sin duda podría reconocerla al verla! Sabía que iba a ser grande, brillante y de textura suave y sincera. Una vez pasó a su lado una estrella, pero no era lo suficientemente bonita para su modelo. Otra vez también pasó algo parecido, pero no, no era la pieza que ella esperaba.Luego de esperar un tiempo, y al ver que ninguna estrella que caminaba por ahí le satisfacía, ya que no cumplían sus expectativas y no se ajustaban al modelo, decidió darle una oportunidad a otras piezas, a ver si podían encajar en el lugar de la estrella.
Tomó una esfera y trató de colocarla dentro del molde de estrella, pero fue en vano. Luego, muy ansiosa, intentó con un triángulo, y después con un cubo, pero no hubo caso. Entonces pasó por delante de ella una bella esfera, y trató de empujarla dentro de su modelo de estrella.Mientras ponía todo su empeño en forzar la esfera, lo que le lastimó un dedo profundamente, pasó a su lado una estrella bastante fulgurante, pero ella no la vio, ya que estaba demasiado ocupada tratando de presionar un cuadrado dentro del espacio asignado.
Esta niña proyectaba la idea del hombre ideal que ella buscaba para acompañarla el resto de su vida, y no lo encontraba: era la imagen que ella tenía y no la de alguien real, sino ideal. Proyectar es conectarnos con el mundo. Es algo bien positivo. Conocemos mucho de nosotros mismos reconociendo cualidades, defectos y habilidades nuestras en otra gente. Proyectar no es un problema en sí mismo, todo lo contrario, nos ayuda a conocernos, pero sí puede transformarse en un problema el tiempo que permanecemos proyectando, y las conclusiones a las que llegamos con nuestras proyecciones.
¿Qué sucedió con esta niña? Un día llegó a su vida un sol. Sí, con rayos y todo. La niña lo miró. No tenía nada que ver con ninguna de las formas con las que había jugado hasta ese momento. Este sol la hacía sentir distinta, le daba un calor en el pecho nunca antes conocido, le hacía resaltar lo mejor de ella como persona. Miró su molde de estrella fijamente, lo tiró a la basura y le dio la bienvenida al sol en su vida.
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