Los signos de una pérdida de peso real pueden confundir a muchos. Que bajes números en la balanza es finísimo y ponerte el pantalón que te quedaba “forrado” a la piel sin tener que contener la respiración vale más que la plata en el banco. Pero si eres de esas personas que bajan peso y lo vuelven a subir al más mínimo descuido, saben que esos signos, por emocionantes que sean, son cosas que pueden ser pasajeras si el cambio no está grabado en sus mentes como un tatuaje (uno bonito pues) y que perder peso ahora no significa que puedas comer todo lo que quieras más tarde.
Hay otros signos, quizás no tan evidentes que de verdad te llevan por el camino de una pérdida de peso constante. ¿Fáciles de alcanzar? ¡Hell no!
Pero cuando llegan a ti, son tan gratificantes como el pantalón que te queda flojo, pero para el resto de tu vida:
Ahora eres paciente: todo el mundo que quiere perder peso ha pasado por momentos donde no rebaja ni el volumen del pelo. Cuando ponemos al cuerpo a comer sano, al principio reacciona finísimo, la cosa se pone difícil cuando esos cambios son lentos como el caballo del malo y llegamos al plateau o meseta. Si llegas a ese punto, y en vez de gritar “ya lo he hecho todo”, desesperarte y mandar todo para el carrizo viejo, tomas la actitud del cambio, vas bien. Cuando las cosas se “estacionan” y no pasa nada, es simplemente un aviso de que hay que cambiar la estrategia.
Eres constante a pesar de los baches: en el proceso de transformar tu cuerpo vas a pasar por momentos donde te vas a querer comer la nevera, y de hecho seguramente tratarás de hacerlo. Esos fines de semana que pensabas que ibas a salirte de tu régimen “sólo un poquito” y terminaron siendo el festival del chocolate y frito. Eso pasa, punto. Y no es para, otra vez, decir “que carrizo si ya metí la pata, para que voy a seguir”… No. La idea es reconocerlo como lo que es, un bache, un pelón, un desvío de tu camino. Siempre puedes volver a la vía y mientras más consiente seas de eso, más fácil llegarás a tu meta.
Aceptas tu cuerpo: quizás voy a sonar sexista pero las mujeres tenemos muchos issues con nuestro cuerpo, los hombres también pero seguramente hay un gen de ultra-duper-súper crítica interna que nos implantaron en el ADN hace siglos. Eso nos hace más quejonas que un camión de cochinos y pensamos que cuando perdemos peso, podemos “cambiar” nuestra genética. Pues no es así. Si tus muslos son gruesos (como los míos) van a ser gruesos. Claro que puedo rebajarlos pero no hay dieta en el mundo que vaya a ser que elimine la forma de mis músculos. Voy a tornearlos, a ponerlos duros, y van a ser siempre siempre “unos muslotes”. Eso puede pasar con otras partes del cuerpo, como la espalda, y la cadera. Si tienes una estructura ósea determinada, así se quedará. Ojo, la acumulación de grasa en la pancita no entra en esta lista, esa si la podemos eliminar. Pero cuando entendemos que si hacemos dieta podemos moldear nuestro cuerpo y hacerlo mejor, pero no “tener el cuerpo de Angelina Jolie” seguro ganaremos la batalla.
Te das importancia: ¿cuántas veces han dicho “es que no tengo tiempo para comer bien/hacer ejercicio porque tengo que trabajar/cuidar a los chamos/atender a fulanito”? Es cierto, las obligaciones del día puede que pongan nuestras metas en el lugar 38 de prioridades. Pero esa jerarquía se la da uno, no te la da el universo. Cuando entiendes que sí, tienes que llevar a los chamos al cole, pero que tienes que tomarte al menos 20 minutos para ti, quizás pondrás la alarma más temprano, y decidirás que estos 20 minutos antes que empiece el caos mañanero son para mí solamente. Y lo mismo pasa cuando hacemos elecciones de comida, cuando cocinamos. Nuestras obligaciones no tienen que ser un yugo que ponga nuestro cuerpo y nuestra salud en el foso de la lista de los “to do”.
Estos signos no se ven de la noche a la mañana, requieren tiempo y dedicación. Se logran pero necesitan trabajo, como todo lo que deseas hacer o lograr en tu vida.
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