Había un rey que daba mucho miedo. Cuando capturaba a sus enemigos los llevaba a una sala de ejecuciones donde, de un lado, se encontraba un amenazante grupo de arqueros y del otro, una pequeña puerta de hierro adornada con calaveras a través de la que se oían los lamentos de miles de personas que eran torturadas y maltratadas sin compasión.
El rey les decía a los prisioneros con una sonrisa: "Ustedes pueden elegir entre morir ahora atravesados por las flechas de mis hombres o pasar por la puerta misteriosa, si se atreven".
Para evitar el sufrimiento que se imaginaban que sufrirían al traspasar la puerta, todos pedían morir de una vez sin torturas ni dolor.
Un día, un prisionero decidió pasar por la puerta, pues, a pesar de lo que pudiera sufrir, existía una posibilidad. Entonces, el rey le dijo con una sonrisa extraña: "Si esa es tu voluntad, adelante". Quitaron todos los cerrojos y el prisionero abrió la puerta sumergiéndose en un tenebroso y oscuro tunel. Caminó muy despacio, temeroso, pero al mismo tiempo dispuesto a enfrentar a una fiera, bestia, o a un musculoso guerrero, aunque siempre con la esperanza de salir victorioso. Al fondo percibió una luz. Al llegar a ella encontró un letrero donde se podía leer: "Todos tememos a lo desconocido, por eso nos condenamos a lo conocido". Entonces..., sonriendo, tranquilo..., caminó hacia su libertad".