¿Cuántas veces “se nos ha escapado” algo por no vivirlo conscientemente? Nuestro plato favorito por estar mirando la televisión, o whatsappeando con alguien, o “ viendo” una puesta de sol por intentar hacer la mejor foto posible con el móvil para compartirla luego en Twitter o “no hablando” con alguien porque estamos pendientes del maldito whats app. Y no hace falta centrarse sólo en Internet o en el móvil, nuestra cabeza está repleta de necesidades creadas, presiones, exigencias, miedos, inseguridades que nos mantienen en una ansiedad constante.
Desde que nos levantamos hasta que no acostamos parece que nuestro cerebro pone el piloto automático y “se larga” constantemente de nuestro cuerpo porque nos dice que tiene otras cosas “más importantes” que hacer. Da la sensación de que tenemos un cerebro especializado en ir al futuro (preocupaciones), al pasado (culpabilidad), a diez mil kilómetros de distancia (qué pensarán de mi) o estar a cien cosas a la vez (Internet) pero que no cumple su principal función vital: Vivir en el aquí y en el ahora. ¿Han visto la película el club de los poetas muertos?
La razón principal de este “No ser” actual es que vivimos en una era en donde el exceso de información, el ritmo de vida tan acelerado (y exigente) o la hipertecnología, están provocando que nuestro cerebro desarrolle capacidades, como la atención multitarea, pero que disminuya en otras como la atención sostenida (y por lo tanto en la contemplación, la introspección o la profundización de las cosas). Oleadas infinitas de estímulos diarios nos distraen y nos interrumpen constantemente disminuyendo nuestra atención y debilitando nuestra capacidad para filtrar distracciones y centrarnos en una sola línea de pensamiento durante un periodo de tiempo dilatado.
En resumen, que tenemos un cerebro que cada vez le cuesta más focalizarse al 100% en algo. Las consecuencias psicológicas de todo esto son fáciles de intuir: Bajo rendimiento, dificultad para concentrarse, cerebro constantemente en alerta (es decir, altos niveles de estrés), disminución de nuestra capacidad de disfrute, mala comunicación… El Club de los poetas muertos, es una maravillosa historia en donde los alumnos aprenden a vivir la vida con plenitud y conciencia, sin caer en distorsiones ni actitudes negativas.
Walt Whitman sintetiza certeramente el argumento de esta película. El Club de los Poetas Muertos, dirigida por Peter Weir en 1989 nos habla precisamente de eso, de estar en el aquí y ahora, en no dejarse bambolear por los cantos de sirena que, a cada momento, hacen cabriolas a nuestro alrededor, en dejar que nuestro interior no se enrede en todos los laberintos que, a la larga, acaban cansándonos, aburriéndonos y despojándonos de un tiempo precioso para dedicar a cosas, pequeñas o grandes, que realmente nos hacen crecer hacia todos las direcciones del ser.
Con el tiempo, solo conservaremos esas sensaciones sólidas y cálidas que han pasado por nuestra existencia. Amistad, amor, gratitud, alegría, fuerza, valor, compasión… Las demás cosas pasan a un segundo plano, incluso se borran, se diluyen. Muchas cosas que en un momento dado nos parecen geniales se tornan en aburrimiento y, en ese momento, es cuando nos damos cuenta que han sido uno más de esos cantos de sirena que se entrecruzan y que no nos han dejado tiempo para oler las rosas.
La película se centra en la vida de varios alumnos en la elitista Academia Welton, en Nueva Inglaterra. “Tradición, honor, disciplina, grandeza” es el lema del colegio y literalmente ese es el ideario a trasmitir a los alumnos. La llegada del Profesor Keating, un antiguo alumno que ha aprendido a desprenderse de los corsés que ese tipo de educación le puso en su momento, prende la llama en los jóvenes a base de poesía, sueños y calma. Su objetivo es muy simple, que cada uno busque su sueño y se lance de cabeza a conseguirlo. Que cada uno encuentre en su interior qué le apasiona, qué anhela, qué sentido quiere dar a su vida y, aprendiendo a no dejarse embaucar por las golosinas que aparecen a nuestro alrededor, encuentren la gran tarta de sus sueños. Y, para ello, hay que estar donde hay que estar, sacando partido a lo importante. Pero no mañana ni pasado. Aquí y ahora. Carpe Diem.
Básicamente eso es lo que nos cuenta la película con más adornos, frases más o menos afortunadas, tramas dramáticas y momentos jocosos. Pero como habrá alguien que no la haya visto, no la vamos a destripar más. Recomendarla encarecidamente a quien no la ha disfrutado y a los que sí, una, dos o tres revisiones más nunca vienen mal. A nivel curiosidad, el jovencito Robert Sean Leonard, que hace el papel de Neil Perry, uno de los protas de la película se ha hecho muy popular últimamente con su papel de Doctor Wilson en la excelente serie “House”.
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