No tengo una explicación aceptable para el hecho que les voy a narrar a continuación. Tal vez casos como este, y como dijo el profesor Robert Brenn, puedan ser achacados a lugares interdimensionales, a otro plano existencial distinto al nuestro, a un mundo paralelo… Para entender mejor de lo que estoy hablando, recomendaría visionar un documental científico muy interesante titulado “La teoría de las cuerdas”. A pesar de todo y como es natural debido a la incredulidad y el recelo que a la mayoría de las personas les produce todo lo referente a sucesos de naturaleza desconocida, muchos lo rechazarán de plano. Lo que me ha llevado a profundizar en este tema es un suceso muy similar ocurrido no hace mucho tiempo a unos familiares de una persona a la que conozco personalmente y que me merece toda la confianza. El caso aún no ha podido ser estudiado por el estupor y el miedo que les produjo tal experiencia, que no han podido superar todavía. La cuestión es que no sólo les ha ocurrido a estas personas, son ya varios los casos que como este y otros de naturaleza muy parecida han acontecido en todo el mundo.
El que les describo seguidamente sucedió en octubre de 1979, cuando dos parejas de la localidad inglesa de Dover emprendieron unas vacaciones con intenciones de viajar por Francia y España. Sus nombres son Geoff y Pauline Simpson y Len y Cynthia Gisby. Estos emprendieron su viaje subiendo a un barco que les llevaría a través del Canal de la Mancha hasta las costas de Francia. Allí alquilaron un coche y prosiguieron su camino. A eso de las 9.30 de la noche y agotados por el esfuerzo del día, decidieron buscar un alojamiento donde pasar aquella primera noche. Salieron de la autopista y vieron un motel de lujoso aspecto. Al entrar encontraron en recepción a un hombre que vestía un extraño uniforme de color ciruela. Éste les dijo que no había habitaciones pero que más adelante, siguiendo la carretera hacia el sur, había otro. Durante el camino les iba chocando la rareza de los edificios que iban pasando y la extraña carretera empedrada. Continuaron hasta que encontraron una anticuado edificio con un rótulo que decía «HOTEL». En su interior todo era de madera sólida, no había manteles en las mesas ni señales de comodidades modernas como teléfonos o ascensores. Las habitaciones no eran menos extrañas. Las camas tenían sábanas gruesas y ninguna almohada. No había cerraduras en las puertas sino solamente pestillos de madera. Asimismo, el cuarto de baño que tuvieron que compartir, tenía unas instalaciones bastante anticuadas. Bajaron, cenaron y vencidos por el cansancio se fueron a dormir, pero antes ambos maridos decidieron tomar una fotografía por separado de sus esposas, que posaron junto a la ventana de la habitación de aquel lugar peculiar.
Se despertaron a la mañana siguiente mientras la luz del sol se filtraba por las ventanas. Volvieron al comedor y tomaron un sencillo desayuno a base de un horrible café negro, según recuerdan. En ese momento, llegaron dos gendarmes que no se parecían en nada a los que ya habían visto en otros lugares de Francia. Vestían trajes muy antiguos, de color azul marino. Estos oficiales llevaban una capa sobre los hombros y sus sombreros eran grandes y con picos. Les preguntaron por la forma de llegar a la autopista de Avignon y a la frontera española. Éstos no parecieron entender la palabra autopista y les dieron unas instrucciones muy deficientes por lo que decidieron usar el mapa y tomar el camino más directo. Terminaron de cargar el coche y fueron a pagar. Les presentaron una factura de diecinueve francos. Estos, extrañados ante tan barato importe presumieron que había un error y dijeron que eran cuatro y que habían cenado y desayunado. El director de hotel asintió con la cabeza. Se la mostraron a los gendarmes, que la ratificaron igualmente. Pagaron en efectivo y decidieron marcharse rápido antes de que estos pudieran cambiar de idea. Después de pasar dos semanas en España, ya de regreso, decidieron parar de nuevo en aquel hotel cuyos precios no tenían rival. Encontraron el desvío y vieron el cartel que anunciaba un viejo circo y que ya habían visto en su primera incursión en el lugar. Ciertamente este es el sítio, comentaron, pero no divisaban el susodicho hotel por ninguna parte. Decidieron –entonces– volver al primer motel donde habían encontrado a aquel raro recepcionista vestido con un traje de color ciruela. Cuando entraron ya no pudieron ver a nadie vestido de esa manera y el recepcionista negó que ningún individuo de aquel aspecto hubiera trabajado allí nunca y además no les supo dar información alguna sobre el hotel donde habían pernoctado anteriormente. Recorrieron el camino varias veces y no lograron encontrar nada.
Al regresar a Dover hicieron revelar el carrete y pudieron comprobar con sorpresa e inquietud como las fotografías que habían tomado en el hotel no aparecían. Sin embargo, no había negativos estropeados. Parecía como si no las hubiesen tomado nunca salvo por un pequeño detalle que descubrió un especialista. Había unos agujeros producidos por las ruedas dentadas de la cámara que perjudicaban a los negativos. Es como si la cámara hubiera tratado de correr el rollo en mitad del negativo, justo donde se encontraba éste cuando hicieron las fotos en el hotel.Las dos parejas resolvieron guardar silencio y tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se decidieron a relatar su experiencia. Genny Randles, la escritora británica que investigó el caso, se hace las mismas preguntas que todos. ¿Qué les ocurrió realmente a estos cuatro viajeros por tierras francesas? ¿Fue un resbalón en el tiempo? Y si es así, una pregunta, ¿por qué el director del hotel no se mostró sorprendido ante su vehículo y su indumentaria futurista y por qué aceptó moneda de 1979? Realmente, nadie se lo explica, sólo sabemos que ciertamente ocurrió.