La Necesidad de Hacer una Pausa

Hay épocas en nuestra vida que están caracterizadas por volverse tremendamente movidas, marcadas por una gran actividad física, intelectual y muchas veces también emocional; que nos llevan a un gran agotamiento. Tenemos la sensación de que no podemos parar, y sin embargo; continuar parece cada vez más difícil.

Seguramente nuestro cuerpo y nuestra alma están avisando, con esta falta de energía, la necesidad de parar un poco; de detenernos a tomar un respiro que nos permita dejar de hacer cosas, para poder simplemente no pensar, no hacer, no seguir por unos momentos, logrando con ello permitirle a nuestro vehículo de transporte descansar y llenarse nuevamente de energía.

En nuestra cultura apolínea, descansar, tener ocio, es realmente criticado como un gran error; puesto que se espera de nosotros ser altamente productivos, trabajadores, luchadores, sacrificados, y un sinfín de adjetivos más, todos apuntando a la necesidad de estar continuamente en movimiento, como si ese movimiento continuo produjera el éxito que esa misma cultura nos ha enseñado que debemos buscar incansablemente.

Pero la verdad, hacer una pausa es necesario para ver hacia atrás y mirar lo que se ha hecho, lo que se ha dejado de hacer, lo que quisiéramos seguir haciendo a partir de esas reflexiones; pero, y sobre todo, simplemente porque merecemos tomar aire, merecemos ese descanso útil en la vida.

Hay una historia budista muy hermosa, que recuerdo hoy mientras escribo estas líneas:

Es sabido que Ananda era el más amable y cariñoso de todos los discípulos de Buda Gautama, sirvió como su custodio personal por los últimos veinte años, o más, que aquél vivió. Él atendía las necesidades personales del Buda, en ocasiones lo representaba, memorizaba los discursos de Buda y repetía estos discursos en su ausencia, y además, le servía como mensajero. Bueno, tenía mucho que hacer, de hecho, no tenía tiempo para su propia práctica.

Así, para la muerte de Buda, Ananda aún no había alcanzado la iluminación. Cuando Buda estaba agonizando, Ananda lloró, en vez de aceptar lo inevitable con tranquilidad, como las personas iluminadas tratan de hacer. Después que Buda muriera, Ananda tuvo tiempo para dedicar a su propia práctica. En aquella época otros de los principales discípulos de Buda, organizaban el Primer Consejo Budista, una reunión de todos los monjes budistas para ordenar y consolidar todas las Enseñanzas de Buda.

Ananda quería alcanzar la iluminación para cuando se efectuara este consejo. Así, cada día meditó estrictamente. Pero el día anterior al consejo todavía no parecía estar siquiera cerca de su iluminación. Esa noche, Ananda lo intentó duramente, pero de todas maneras no conseguía llegar a ninguna parte. Ya era muy tarde, y al final se dijo, "me relajaré y trabajaré para la iluminación después del consejo. No necesito apurarme ahora". Pensando así, se acostó para descansar. En el momento que su cabeza tocó la almohada, él se iluminó.

Y no puedo dejar de ver en esta historia lo hermoso de aquietarse, de parar un poco, de entender que hay que dejar a un lado la lucha, la búsqueda constante, y saber esperar pacientemente.

Este es mi mensaje de hoy, que también pretende ser un mensaje de pausa, que no contenga una reflexión y una movilización extremadamente profunda que nos mueva y nos produzca una reflexión inmensa; sino más bien una invitación a estar en paz, en tranquilidad; comprendiendo que deben haber periodos de búsqueda y movimiento, y también periodos de integración y descanso.

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