La ansiedad, o como muchos la llaman hoy en día, los ataques de ansiedad (también conocidos como ataques de pánico), tiene una cantidad de características sumamente desagradables y desesperantes cuando se manifiesta en términos de síntomas físicos en el cuerpo. Estos síntomas pueden ser aumento súbito de la presión, taquicardia, dificultad respiratoria (disnea), mareos e inestabilidad, sudoración, vómitos o náuseas, síntomas todos ellos coherentes con el miedo que los provoca. Además, la ansiedad puede estar acompañada de una sensación de muerte inminente, es decir, de la fantasía de que en cualquier momento el cuerpo colapsará e irremediablemente nos encontraremos imposibilitados de hacer algo para evitarlo. Esta fantasía, aunque falsa, es muy vívida en la mente, razón por la cual los síntomas tienden a aumentar cada vez más.
Los episodios de ataques de pánico no suelen durar mucho, entre dos y diez minutos aproximadamente, pero para la persona que los experimenta pudieran parecer mucho más largos, y tiene una necesidad imperativa de escapar de un lugar o de una situación temida o disparadora del miedo extremo que está experimentando. El hecho de no poder escapar físicamente de la situación de ansiedad en que se encuentra el afectado acentúa sobremanera los síntomas de pánico.
Ahora bien, desde mi postura psicoterapéutica, los ataques de ansiedad encierran un grito desesperado de nuestra alma, de nuestro inconsciente, para ser escuchado. Nos encerramos cada vez más en un montón de actividades del mundo exterior, que paradójicamente terminan aislándonos de nosotros mismos, imposibilitando el que podamos escuchar lo que está ocurriendo en nuestro interior. Usualmente son situaciones de vieja data, que han quedado enterradas en un aparente olvido consciente, pero que pugnan por salir a la luz a través de este miedo descontrolado que nos obliga a preguntarnos qué está pasando con nosotros.
El pánico es una ventana del alma, que nuestro inconsciente nos muestra, y que, llenándonos de valentía, es necesario abrir y atrevernos a ver en su interior, a fin de descubrir aquellas situaciones que, sin darnos cuenta, han marcado profundamente nuestra vida y nuestra visión del mundo.
La palabra pánico proviene del dios griego Pan, quien era el semidiós de los pastores y rebaños en esa mitología. Era especialmente venerado en Arcadia, a pesar de no contar con grandes santuarios en su honor en dicha región. En la mitología romana se identifica a este dios con el Fauno.
Se dice que Pan era especialmente irascible si se le molestaba durante sus siestas. Los habitantes de Arcadia tenían la creencia de que, cuando una persona hacía la siesta, no se la podía despertar bajo ningún concepto ya que, de esa forma, se interrumpía el sueño del dios Pan. Representaba a toda la naturaleza salvaje, y se le atribuía la generación del miedo enloquecedor. De ahí la palabra pánico que, en principio, significaba el temor masivo que sufrían manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos.
En esta imagen mítica, vemos como el pánico aparece cuando somos “despertados” de un sueño que nos mantiene dormidos, sumidos en la inconsciencia de lo que nos está ocurriendo. Cuando por alguna razón comenzamos a darle un vistazo a algunas cosas no muy agradables en nuestro interior, aparece el dios Pan, es decir, una naturaleza salvaje que produce un miedo desmesurado. En esta visión mítica, observamos cómo el no poder elaborar conscientemente la fuente de nuestro miedo, nos enajena y nos produce esta sensación desbordada de ansiedad, como un último intento de nuestra mente de mantenernos alejados de la consciencia necesaria para vencer esas emociones. Al trabajar de manera sostenida para iluminar esas áreas oscuras de nuestra psique, terminaremos identificando la fuente de nuestro miedo, y con ello, reduciéndola a una emoción manejable y apropiada para nuestra consciencia.
Desde mis espacios de coraje y valor para enfrentar situaciones en mi vida cotidiana, y desde aquellos espacios tenebrosos y oscuros que aún no me han tocado enfrentar, con toda la comprensión de la que soy capaz hacia los tuyos; mi alma saluda a tu alma.
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