“Los filamentos de las bombillas son inútiles si por ellos no pasa la corriente eléctrica. Vosotros, yo, somos los filamentos. Dios es la corriente” (Madre Teresa)
Para mí, es fundamental creer en Dios. Para algunos es Dios, para otros Alá, o Buda. No es determinante el nombre que le dé. Es más, si no cree en ninguno, le sugiero que crea al menos en la naturaleza, pero crea en algo, pues obrará como un fantástico sostén para llenar los vacíos de nuestro existir.
Pero no sólo por esa imperiosa “necesidad” de que exista “algo” superior, sino porque su presencia es palpable en todo lo que nos rodea. Y también en las miles de manifestaciones que Él nos muestra, en el transcurso de nuestra vida, aún en aquellas que denominamos “tragedias”…
No obstante, sucede que muchas veces el hombre -en su locura cotidiana-, se olvida por completo de su Creador y se aferra ciegamente al positivismo, aquella corriente que fundó el francés Augusto Comte -a mediados del siglo XIX-, tendiente a establecer que el hombre debía atenerse sólo a lo científico y racional, dejando de lado el plano espiritual. Algo ilógico, pues tanto fe como ciencia no pueden negarse y, además, deberían ir de la mano, porque sí se complementan.
El hombre, quien muchas veces se ha sentido orgulloso de “su” civilización, ahora está siendo dominado por ella misma, y por eso se olvida de Dios. Al menos esa es mi interpretación, aunque como es lógico suponer, son absolutamente respetables todas las opiniones sobre tan complejo punto.
En todos lados
Dios está muy cerca de nosotros, porque en realidad está dondequiera que uno pretenda que esté. Y no es un simple trabalenguas. Uno lo puede ver, dondequiera que vaya, en cualquier manifestación de la vida. Basta con mirar el cielo, las nubes, la lluvia, las sierras, el mar, las flores. Está en todos lados. Pero claro, si uno está ciego -espiritualmente hablando-, jamás lo encontrará en ninguna de esas evidencias.
Es más, para quien interpreta la vida con enorme fe en su interior -además de todos esos lugares que le mencioné-, Dios está dentro de uno mismo, porque nosotros somos sus hijos. Más cerca, imposible.
Por ejemplo si estamos en una playa, y vemos cuando la ola abraza la orilla salpicando una gota de agua, esa gota, por más pequeña que sea, tendrá idénticos componentes -a menor escala- que el vasto océano, ¿verdad?
Lo mismo acontece con los seres humanos, que por pequeños que seamos en comparación con el planeta y el universo, aún así, todos tenemos los mismos elementos que Él. Usted estimado lector, su familia, sus amigos, sus enemigos, todos somos parte de Dios, aunque muchos no lo sepan, o definan este concepto como fuera de la realidad. Nosotros somos también, una pequeñísima gota de ese imponente océano que es Dios.
Por eso, en este atolondrado y confuso mundo, deberíamos pedir auxilio a esa gran fuente universal para salir adelante, porque como el propio Jesús dijo: “todo lo que pidieres orando, creed que lo recibiréis y os vendrá”.
Pero atención estimado lector, no se quede sólo en el simple pedido. Inmediatamente adquiera la disciplinada actitud de tenacidad y empeño de un verdadero Conquistador. Ponga de su parte, para ser un justo merecedor de esa ayuda que Dios le brindará, corroborando el mensaje de un genial proverbio ruso que decía “reza, pero no dejes de remar hacia la orilla”.
Entonces no debemos esperar que todo lo haga Él por usted. ¡Ayúdele! Porque es muy cierto aquello de que quizá Dios no nos dé todas las cosas que le pidamos, pero seguramente sí nos proporcionará las que necesitemos... Y si tenemos eso que necesitamos, ¡el resto corre por cuenta nuestra!
En síntesis, somos nosotros quienes elegiremos caminar solos por la vida, buscando erráticamente el éxito y la realización personal, o designar a Dios como nuestro incondicional guía y consejero.
¿Cuál es su elección?
Marcelo Tarde Benítez