Al pie del patíbulo levantado para su ejecución, el verdugo preguntó al reo si quería decir unas últimas palabras. Era el 23 de Febrero de 1.885 y John Lee iba a ser ahorcado por el asesinato de su patrona, Emma Ann Keyes, la cual había sido encontrada por la policía con el cuello roto y la cabeza destrozada a hachazos. El verdugo cubrió la cabeza de Lee con una capucha y apretó el nudo alrededor de su cuello, dió la señal para que abriesen la trampilla y…
No ocurrió nada.
Se quitó la cuerda del cuello de Lee y se examinó el mecanismo de la trampa, buscando algún defecto. No se encontró nada anormal y el reo fue colocado de nuevo en su sitio. Volvieron a dar la órden pero tampoco esta vez ocurrió nada. Revisaron nuevamente todo el mecanismo e incluso cepillaron los bordes de la trampilla para asegurarse que no volviera a fallar. Pero por tercera y cuarta vez la trampa se negó a caer.
La policía, desconcertada, ordenó que devolviesen al condenado a su celda. El caso mereció rápidamente grandes titulares en los periódicos e incluso hubo un debate en la Cámara de los Comunes sobre lo que había que hacer con “aquel hombre al que no podían colgar”. Al final John Lee vió conmutada su pena por la cadena perpetua. Pasó veintidós años entre rejas y en el año 1.907 fue puesto en libertad condicional.
Lee vivió treinta y cinco años más y se cree que murió en la ciudad de Londres en el año 1.943. Aunque la milagrosa salvación de la horca fue frecuentamente recordada por los periodistas de lo extraño y extraordinario, jamás se encontró una explicación satisfactoria del defectuoso funcionamiento de la trampa.
Fuente: Un mundo de fenómenos extraños (Charles Berlitz)