El amor empieza con la seducción, amar a alguien implica estar seducido por esa persona.
Equivocadamente es frecuente pensar que la palabra seducción se refiere a actitudes de engaño y manipulación, sin embargo el concepto real es mucho más sano y natural.
Todas las personas seducimos, deseamos gustar a los demás, ser queridos, reconocidos en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Para ello, hacemos gestos, decimos cosas, nos comportamos de tal o cual forma – chistosos, prepotentes, sumisos habladores, callados. Actitudes que son seductoras para unas personas y no lo son para otras. No es posible seducir a todo el mundo.
El acto de la seducción es todo ese conjunto de conductas, expresiones y manifestaciones que hacemos, encaminados a atraer a la gente que nos rodea; y la manera en que lo expresamos tiene que ver con nuestra historia personal.
Es todo lo que hacemos consciente o inconscientemente como una búsqueda de valoración y reconocimiento por parte de las otras personas. Es una llamada de atención hacia los demás, y es una conducta natural que nace con nosotros, desde bebés seducimos con sonrisas, o “gracias”, y esto se mantiene toda la vida, aunque claro, sujeto a modificaciones que nuestra experiencia va determinando.
Sin embargo, es en la adolescencia la etapa en la que nuestra forma de seducir es más intensa, pues hay búsqueda de reconocimiento social y más importante aún, de identidad personal, expresado de muchas formas distintas, como la ropa, los símbolos, el lenguaje, etc.
La seducción en la relación de pareja.
La seducción se produce tanto para quien seduce como para quien es seducido, muchas veces en forma inconsciente e involuntaria, pero también puede mostrarse como una búsqueda intencionada de atracción erótica, amorosa, amistosa. Aquí importa la pregunta ¿Para qué seduce cada quien? Y de esta pequeña reflexión puede ayudarnos a identificar en qué tipo de relaciones nos instalamos, a que podemos estar sujetando nuestra dinámica personal con los demás, desde una relación superflua hasta relaciones muy profundas como la relación de pareja.
Seducimos también no solo por el hacer, sino por nuestro estar, nuestra forma de situarnos frente al mundo, frente a las circunstancias, frente a la vida.
En la relación de pareja estamos habituados a relacionar la seducción en un sentido erótico, sin embargo ahora podemos visualizarlo más como una experiencia de todo momento, en el trato cotidiano, en lo que hacemos para agradar a nuestra pareja y lo que sabemos que ésta hace para agradarnos a nosotros.
Cuando la situación no es muy favorable en la convivencia es de gran utilidad empezar por una revisión personal de lo que sentimos, en primer lugar por nosotros mismos, y en segundo lugar lo que sentimos por nuestra pareja, pues es común haber caído en el enamoramiento de la que pensábamos nuestra pareja perfecta y al tiempo nos sentimos decepcionados por que ya no lo es.
¿Por qué pasa esto?
Muchas veces seducimos a alguien con una parte falsa de nuestro ser, no intencionalmente, sino por un estado inconsciente que responde quizá a una necesidad de sentirnos valorados por determinado tipo de personas. Aquí la seducción existe, pero se interpreta equivocadamente.
Sin embargo cuando la pareja parte de un conocimiento personal muy bueno, es más probable que construya relaciones de pareja más sanas, que si bien no están exentas de atravesar situaciones de crisis, son parejas que resuelven su situación de una manera más sana y respetuosa, tomando en cuenta incluso a aquellas que identifican la separación como una decisión adecuada.
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