¿Quién no se ha sentido culpable en su vida? Seguramente te ha pasado, que lastimas a otra persona sin querer y luego sientes una gran culpa. Todos cometemos errores, algunos insignificantes y otros muy importantes. El hecho es que cuando uno de estos errores afecta de alguna manera a otra persona, nos sentimos mal.
La culpa es un indicador de que estamos rompiendo una de las “reglas” sociales. Ya sean reglas establecidas formalmente, como respetar las señales de alto en la calle, o reglas implícitas o autoimpuestas como evitar herir los sentimientos de otros. La culpa se define como el estado emocional que surge de pensar que hemos actuado de manera indebida (ya sea que hicimos algo que no debimos haber hecho, o que no hicimos algo que debíamos hacer). La culpa es una actitud formada por emociones y pensamientos, que nos llevan a una sensación de auto devaluación. Es decir, la persona que siente culpa, se califica negativamente como persona, se siente mal consigo misma y se siente devaluada de alguna manera.
Generalmente, la culpa surge de manera automática, y nos puede servir como indicador de que algo en nuestra conducta no está en armonía con lo que nosotros consideramos adecuado. Sin embargo, quedarse con el sentimiento de culpa una vez que nos hemos dado cuenta de la situación no sirve de nada. Ni nos sirve a nosotros ni a la persona a quien hemos lastimado.
De lo que se trata realmente es de asumir nuestros actos, y hacernos responsables de enmendar las situaciones, hasta donde sea posible. Hay una gran diferencia entre sentirme culpable y sentirme responsable. La culpa me hace sentirme mal conmigo y me devalúa. Hacerme responsable me hace sentir mal hacia la conducta, pero me sigo sintiendo bien conmigo, aceptando que cometí un error, pero que eso no me devalúa como individuo. Pongamos un ejemplo:
Imagínate que estás a la mesa comiendo con un amigo. De repente en la emoción de la plática, haces un brusco ademán con tu brazo y tiras el vaso de agua que estaba frente a ti, bañando por completo a dicho amigo.
Los pasos a seguir para reaccionar con responsabilidad en vez de con culpa son:
1. Lo primero que haces es reconocer ante ti mismo que cometiste un error. Muchas personas se atoran en este paso, y no pueden aceptar ni ante ellos mismos que se equivocaron. Niegan su responsabilidad y la quieren poner en algo o alguien más. Pueden llegar a pensar incluso cosas como “que vaso tan inestable, por su culpa ahora mi amigo está todo mojado”. Debes aceptar ante ti que sí fuiste tú quien cometió el error.
2. Debes reconocer ante ti mismo también, que fue un error. Que no fue intencional, que eres humano y sí, a veces te equivocas, y que eso está bien y es inevitable. Este paso es fundamental, para que tú primero que nadie, te perdones a ti mismo.
3. Entonces debes disculparte. Hacerle saber a tu amigo, que honestamente lamentas lo sucedido, que no fue tu intención, y que asumes el hecho. Esta es la parte de asumir tu conducta, tu error, frente a los involucrados.
4. Después de esto, lo más adecuado es hacerte responsable del hecho en vez de sentirte culpable por él. Es decir, estar dispuesto a hacer todo lo que esté en tus manos para resolver, componer o pagar lo necesario para que la situación se arregle en la medida de lo posible. En el caso de tu amigo, quizá debas preguntarle cómo lo ayudas, alcanzarle unas servilletas, acompañarlo al baño para ayudarlo a secar su ropa, o llevarlo a su casa para que se cambie de ropa, o bien ofrecerle pagarle la tintorería, y si quieres exagerar, ofrecerte a comprarle nueva ropa (muy loco pero podría suceder, depende del caso). Dar opciones para arreglar aquello que tú “descompusiste” sería actuar responsablemente. Y aquí viene lo más importante: ESTO ES TODO LO QUE PUEDES HACER, NO PUEDES HACER MÁS.
5. Finalmente te será muy útil observar y entender lo sucedido para procurar que no ocurra otra vez. Aprender todo lo que sea posible de la situación, y seguir adelante.
Si te fijas, todos estos pasos tienen que ver contigo, no con el otro. No estamos ni siquiera considerando si el otro se enojó o no, si aceptó tus disculpas o no, si se ofendió o le dio risa. No lo mencionamos porque nada de eso depende de ti. Tú únicamente puedes hacer aquello que está en tus manos, que es reconocer, disculparte y resolver hasta donde te es posible. No puedes directamente cambiar las reacciones del otro. Si el otro se enoja y a pesar de tus disculpas te insulta y a pesar de que ofreces todas las soluciones posibles, el otro decide seguir enojado y no aceptar que no fue tu intención, ese ya es problema del otro, eso sí no es tu culpa.
Tal vez digas: “pero sí fui yo quien lo mojó, es mi culpa que esté enojado”. En parte si, pero volvemos a que una vez que tu ya hiciste lo que está en tus manos, ya no puedes hacer más. Ya no depende de ti. Tú ya hiciste lo correcto. Ya aceptaste tu error y ofreciste corregir el problema. Ya puedes estar en paz y tranquilo contigo. Si tú ya te perdonaste, puedes sentirte bien contigo, aún sabiendo que cometiste un error. Si el otro está enojado y tú quieres ayudarle con su emoción, puedes pedirle disculpas otra vez, puedes soportar su enojo sin enojarte de regreso con él, pero en realidad tú no puedes asumir responsabilidad por las reacciones de otra persona. Quizá puedas intentar ayudarle a que se sienta bien, pero no eres responsable de su mente y todo lo que trae en ella.
Esta es la gran diferencia entre sentirte culpable y sentirte responsable. Con la culpa sientes que tú estás mal, te sientes mal contigo (y eres susceptible al chantaje y manipulación de otras personas que necesiten manipularte). Al hacerte responsable te sientes mal con el hecho, con el error, pero te sientes muy bien contigo.
Hay una gran diferencia entre sentirse culpable y hacerse responsable. No se trata de decir “bueno, ya no me voy a sentir culpable de lo que hice y ahora hago como que no pasó nada”, ya que esto sería una actitud inmadura e irresponsable. Se trata de reconocer mi error y hacerme responsable de él. Solamente puedo hacer algo por remediarlo hasta cierto punto. Más allá de eso ya no puedo. Ya no depende de mí.
Tampoco se trata de andar por la vida actuando sin pensar y cometiendo errores a diestra y siniestra con una mentalidad de “si el otro se enoja, ese ya no es mi problema”, ¡No! Eso también sería una actitud inmadura, propia de un niño que no sabe medir las consecuencias de sus actos y no tiene conciencia de cómo sus actos repercuten en los demás y en su medio, ya que vive centrado en si mismo.
Se trata de aceptar que eres humano, que te vas a equivocar, y que eso es inevitable. Que sentirte mal contigo por esos errores no sirve de mucho. Que es mejor aceptar tus fallas como parte de tu naturaleza y del proceso de crecimiento, y actuar con madurez y con responsabilidad frente a los demás. Para esto se requiere de una alta autoestima y seguridad personal.
Aquí usamos un ejemplo de un error poco relevante, pero lo mismo aplica para cualquier equivocación. No importa la dimensión de ésta. Lo único que está en tus manos finalmente es reconocerlo, disculparte, intentar solucionarlo hasta donde es posible y aprender de ello. Muchas veces no hay solución para la situación, y ni modo, no sirve de nada culparte tampoco en estos casos. El sentirte culpable no va a regresar el tiempo. Hay que aceptar las cosas como son, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos, y sintiéndonos bien con nosotros mismos en toda situación. Esto es en gran medida el resultado de haber trabajado una buena autoestima. Valorarte a ti mismo de la mejor manera y con toda profundidad frente a éxitos y frente a fracasos, frente a aciertos y sobre todo, frente a los errores, que son de las cosas más normales y comunes de la vida.
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