Un día, hace tiempo, fue preciso aceptar abandonar los límbos etéreos del vientre materno. Esta fue la primera pérdida.
Desde ese momento, la vida nos enseña que, igual que existe el contacto o el encuentro, existe la despedida. Año tras año, desde el día de nuestro nacimiento, no paramos de añadir una línea a la lista, de todos estos duelos, estas separaciones, de todas estas pérdidas del pasado: la despedida de la infancia y el paso a la adolescencia, para pasar a convertirnos en adultos; el fallecimiento de seres queridos; un cambio de trabajo; la separación o divorcio de una pareja,…
El duelo es un proceso vital y natural que tiende a la “curación” psíquica. Pero, en ocasiones, y debido a múltiples razones el proceso se interrumpe, se bloquea o parece quedar en suspenso.
Centrándonos en los duelos por la pérdida de una relación, sabemos que este proceso no solo se limita a la experiencia de la ausencia del ser querido, sino que implica toda la relación. El duelo está condicionado por todo cuanto se ha vivido anteriormente con esa persona. Tanto si había amor, como si había odio, se atraviesa el duelo con la “tonalidad” afectiva de lo que se vivió con la persona perdida. Por lo tanto, no hay un auténtico trabajo de duelo, si no se tiene en cuenta el conjunto de la relación.
El duelo no es un estado, sino un proceso. Está hecho de progresos y retrocesos. No hay que esperar una evolución lineal. Hay una lógica detrás de las etapas que comprende el proceso de duelo. Comprenderla no evitará el dolor, pero permitirá establecer una referencia con lo que se está viviendo. Aunque nos dolamos, podemos comprender que no vamos a la deriva.
Cada persona su duelo
Nunca pueden compararse dos duelos. Los modos de pensar y reaccionar son distintos de una persona a otra. No existe un duelo “prototípico”, ni hay una “buena” o “mala” manera de pasar por él. Sólo existe lo que una persona vive día tras día, tras la pérdida. Lo que vive es único y se encuentra más allá de toda comparación con un modelo preestablecido. Cada persona evoluciona a su propio ritmo y lo afronta desde un lugar distinto.
El proceso de cicatrización: el trabajo de duelo.
Generalmente, en consulta me suelo encontrar con muchos casos en los que se ha producido una pérdida emocional (muerte, divorcio, ruptura, crisis…) en los que la demanda principal e inicial es “quiero olvidar”.
¿No es acaso normal y humano desear alejar la pena y el dolor? Ese dolor es tan profundo que lo que la persona necesita en ese momento es dejar de sentir para no sufrir y “pasar página” lo antes posible. Sin embargo, la única manera de salir del túnel es entrar en él. Negarse supone un precio a pagar desmesurado, porque intentar borrar un recuerdo, además de imposible, es como experimentar una segunda pérdida. Es una lucha con uno mismo entre lo que siento y lo quiero obligarme a sentir.
El famoso dicho de “el tiempo lo cura todo” es incompleto, pues el tiempo por sí solo no tiene capacidad de dar paz a nuestro interior, ni de elaborar la despedida. Somos nosotros quienes protagonizamos nuestra vida y es nuestra la voluntad o capacidad para invertir todos nuestros recursos en favorecer ese proceso interior.
El trabajo del duelo permite canalizar el dolor. La palabra “duelo”, en muchos casos, genera miedo porque se confunde erróneamente con el olvido del ser querido. Sin embargo, a través de este, creamos las condiciones para la aceptación de la pérdida y de esta forma estamos garantizándonos que no olvidaremos. Es gracias a que me permito enfrentar la ausencia de ese ser querido, lo que me vincula interiormente con él. La relación se transforma, no se pierde. Por eso, me parece más acertado hablar de transformación y no de pérdida.
Gracias al trabajo del duelo aprendemos a vivir sin la presencia del ser querido. Como en una herida física, siempre quedará la cicatríz. E incluso, del mismo modo que una vieja herida puede doler en función de las circunstancias: un hijo que se casa y su padre no está ahí, el nacimiento de un nieto que nunca conocerá a su abuela, ir de vacaciones sin esa persona, celebrar la Navidad sin ella,… Sin embargo, este será un dolor más tolerable y puntual. Su recuerdo ya no me aniquila.
Este trabajo de duelo permite inscribir la presencia del ser querido en la historia de mi existencia. Una vida que acepto continuar escribiendo serenamente,… sin él, sin ella.
Fuente documental: “Vivir el duelo” de Christophe Fauré.
M. Angeles Molina