Las Moiras fueron conocidas por los latinos por el nombre de Parcas; representaban los destinos humanos. Son tres hijas de la Noche y se llamaban, Cloto, Laquesis y Atropos. Ellas asignan a cada persona una parte del bien y del mal, aunque las personas podían acrecentar o aminorar el mal gracias a su comportamiento. Cloto, es la hiladora, personificando la trama de la Vida; Laquesis es la Suerte, la parte del azar a la que cada persona tiene derecho y, Atropo es el inflexible Destino contra el cual nada se puede hacer. Las Parcas asisten en la sombra a los hombres durante toda su vida; en su nacimiento están asociadas a las Quilicias, y los hombres deberán invocar a las tres Parcas en la hora de su matrimonio para que su unión sea feliz y, así hasta que en la hora final acuda Átropo con sus inexorables tijeras para romper el hilo de la vida.
En la mitología nórdica, el destino está simbolizado por las Nornas. En el concepto tiempo el Pasado se atribuye a Urd, representada por una mujer anciana que mira constantemente hacia atrás, el Presente a Verdande, representada por una mujer adulta, mira al frente y el Futuro a Skuld, representada por una mujer joven con un velo y sostiene en sus manos un pergamino aún sin desenrollar. Estas tres hermanas, están a la sombra del hombre durante toda su vida desarrollando desde el nacimiento el hilo del Destino. Según esta mitología, existe un plan concebido de antemano para cada persona, pero el hombre es libre de actuar, y así, modificar en parte la ley eterna del universo, una fuerza que parece no tener principio ni fin. En ocasiones, aparecían ante los mortales para darles consejos o pronosticar el futuro. Viven bajo la sombra del árbol de la vida, Yggdrasil, cuyas raíces mantienen unidos los nueve mundos. Son tres las raíces del Árbol de la Vida, siendo la última raíz la que está orientada hacia la morada de las Nornas. Además de las Nornas, los nórdicos creían que los humanos tenían un espíritu guardián llamado Fylgie que permanecía invisible hasta el momento de la muerte. Los dioses no podían influenciar ni cuestionar sus decretos bajo ningún concepto.