El trastorno narcisista de la personalidad es un problema especialmente grave porque aquellos que lo padecen tienen dificultades para aceptarlo. Todos conocemos a personas que llevados por su euforia o entusiasmo cometen errores estrepitosos en sus acciones.
Una fe ciega en sí mismos y en su “grandeza” les lleva a creer, en los momentos de euforia, que pueden conseguir aquello que pretenden simplemente con darlo a conocer.
O bien se quedan instalados en una personalidad “gurú” que son capaces de aleccionar sobre el bien y el mal, a todo el que les rodea, creando entornos asfixiantes e incontestables.
Detrás de todo ello se encuentra un terrible complejo de inferioridad, una enorme herida narcisista, que oculta un profundo temor a fracasar o a no ser adecuados en las tareas que tienen que acometer en la vida. Eso no significa que todos los narcisistas fracasen en la vida, en absoluto, aquellos cuya dimensión patológica no supera la neurosis, y conservan un buen principio de realidad, pueden llegar a ser exitosos, especialmente si son capaces de rodearse de un buen círculo de cortesanos o sometidos que les permitan funcionar eficazmente.
Pero aquellos que se acercan a niveles más psicóticos, y que, por tanto, pueden despegarse de la realidad, creando un mundo y una percepción delirante sobre sí mismos, están condenados al fracaso ya que al distorsionar la realidad cometen graves errores.
En casos extremos se puede llegar a estados paranoicos donde uno puede creerse un enviado de Dios o un cantante de fama internacional, en grados menos severos un pequeño éxito en un asunto particular puede hacer que la persona se desborde invirtiendo dinero y esfuerzos en algo improductivo.
Este es una psicopatología que permite en la mayoría de los casos, un funcionamiento más o menos normal del que la padece, aunque es de difícil tratamiento porque el paciente está muy arraigado al personaje que ha construido. Entre otras cosas porque, si toma conciencia de ello, lo primero que puede empezar a llegar es una depresión.
Damian Ruiz