Hasta no hace mucho tiempo la gente creía que contar con un nivel de coeficiente intelectual era la llave de acceso para la realización personal.
Pero la batalla que representa la competencia, la lucha desigual por los recursos, los excesos, el individualismo, la falta de sentido, el consumismo, la frustración constante por tener lo que supuestamente hay que tener para ser, han hecho que hasta los más escépticos estén buscando la trascendencia de algún modo.
Daniel Goleman se aventuró a hablar de inteligencia emocional, esa capacidad de controlar las emociones propias y ajenas; la que influye en la motivación, en la seguridad en uno mismo, en la creatividad en la estabilidad, la que permite perseverar, manejar los impulsos, disfrutar de los logros y hacer el duelo por las pérdidas y los fracasos.
Según Ricardo Rojas, la voluntad es más importante que la razón porque es la que nos mueve, la que nos obliga y la que nos ayuda a cumplir nuestros proyectos.
Para Rojas, la inteligencia instrumental es la que nos brinda herramientas como el orden, la constancia, la motivación y la voluntad.
Howard Gardner propone la idea de las inteligencias múltiples, la lingüística, la matemática, la musical y la espacial.
Sin embargo toda esta gama de inteligencias no alcanzan para describir la capacidad de hombres y mujeres de descubrir su sabiduría interior, su poder para transformarse a pesar de las adversidades y su potencial para trascenderse a sí mismos.
El mundo ha perdido los valores y las virtudes que destacaban la dignidad del hombre, pero que se transformaron en debilidades o desventajas para enfrentar la lucha por la vida.
El problema de los seres humanos es haber perdido su lugar en el mundo sin valores ni historia y la espiritualidad es la que permite volver al hogar, tener conciencia de sí mismo y del lugar que le corresponde.
Esta capacidad, que Gardner definió como inteligencia existencial o filosófica, nos ayuda a descubrir el sentido de la vida y de la muerte y los valores éticos que guían nuestra conducta.
El camino de la espiritualidad es una necesidad básica humana que lleva al hombre a regresar a lo que es natural para el alma y reconocer la esencia de su proyecto vital.
El cultivo de nuestra espiritualidad nos ayuda a estar mejor, a reconocer nuestros deseos genuinos, a disfrutar de la vida, a cuidarnos, a poder amar y trabajar, a ser creativos, a ser dueños de nosotros mismos y a no tener miedo.
La espiritualidad se manifiesta en todos los momentos de la vida cotidiana, nos permite ser nosotros mismos, ser coherentes pensando, diciendo y haciendo lo mismo, respetar a los demás y a las leyes de la naturaleza.
La espiritualidad es una actitud, un estilo de vida, cuando se hacen las cosas con alegría y responsabilidad, haciéndose cargo de uno mismo sin poner excusas.
Ser espiritual es aceptar ser el protagonista de la propia vida y no en conformarse con ser una víctima.
La espiritualidad influye en el sistema nervioso autónomo y tiene sus repercusiones en el cuerpo; contribuyendo a la disminución de la presión arterial, del colesterol, mejorando ciertas arritmias y cefaleas; y ayudando a la regulación del sistema endócrino y a disminuir el uso de drogas y alcohol.
Estudios científicos han demostrado que los individuos que llevan a cabo prácticas espirituales son más saludables desde el punto de vista físico, mental y emocional.
De ningún modo la espiritualidad reemplaza la labor del médico pero las investigaciones realizadas han mostrado que la actitud religiosa evita enfermedades y también hace que los que se enferman se recuperen más rápido.
Fuente: “LNR”; “Inteligencia espiritual”; Eduardo Chaktorua.