No damos, pienso, su verdadero valor a las palabras. A fuerza de oírlas y repetirlas se convierten en viento, más o menos molesto dependiendo de nuestro ánimo, que se confunden y se pierden en un fragor cotidiano repleto de ecos. Algo así como la lluvia que oímos caer, sin que nos deje una impresión profunda y que apenas nos secamos, conseguimos olvidar.
Reivindico desde aquí el poder de la palabra como fuente inspiradora de los mayores retos o como elemento apaciguador que aporta serenidad al mundo o como herramienta reparadora de las miles de aflicciones a las que la vida nos aboca... Las palabras, si se oyen bien, pueden mover el mundo. ¿Demasiado pretencioso? pues créeme al menos si te digo que pueden mover ‘tu mundo’.
Fíjate si es grande el poder de una palabra, que tan sola una de ánimo de la persona adecuada, podría transformar toda tu la vida y aportarte la fuerza que necesitas para cumplir con tus sueños o recomponerte, si estás roto, para volver a la pelea cuanto antes. Una palabra es suficiente para hacer o deshacer la fortuna de un hombre.
Hoy corresponde ponderar y aplaudir a las palabras. Las elegantes, que dicen que no son sinceras, o las sinceras que nunca son elegantes. La que una vale por muchas, pero muchas no valen por una. Las que teníamos que haber expresado y que no se presentan ante nuestro espíritu hasta cuando ya es demasiado tarde. Las impregnadas de afecto o las que hieren más fuerte y gravemente que una espada. Las que suponen el mejor espejo del hombre que las pronuncia. Las que, como las hojas, cuando abundan, poco fruto hay en ellas. Las que si no van seguidas de hechos no valen de nada…
Y hablando de bellas e inspiradoras palabras, hoy traigo un memorable y no demasiado extenso discurso. De ese compendio de mensajes maravillosos y movilizadores, que nos predisponen a vivir al máximo de nuestras posibilidades, no desaprovechando oportunidades ni desechando, por miedo, caminos que nos apetecen recorrer…
Bryan Dyson, ejecutivo estadounidense, ejerció como máximo responsable de la empresa Coca Cola entre los años 1986 y 1991. Su trabajo en una de las compañías más poderosas del mundo, fue reconocido de manera unánime.
Al abandonar su cargo, Bryan Dyson pronunció un discurso de despedida que se hizo muy popular, tan popular que trascendió el puro ámbito para el que estaba preparado (aquel adiós), llegándose a convertir en una pieza clásica de las charlas de inspiración…
“Imagina la vida como un juego en el que estás haciendo malabares con cinco pelotas en el aire. Estas son: tu Trabajo, tu Familia, tu Salud, tus Amigos y tu Vida Espiritual. Y tú las mantienes todas a la vez en el aire.
Pronto te darás cuenta de que el Trabajo es como una pelota de goma. Si la dejas caer, rebotará y regresará. Pero las otras cuatro pelotas: Familia, Salud, Amigos y Espíritu, son frágiles, como de cristal. Si dejas caer una de ellas, irrevocablemente quedará marcada, mellada, dañada en parte e incluso completamente rota. Nunca volverá a ser la misma.
Debes entender esto: tienes, por encima de todo, que apreciar y cuidar lo más valioso. Trabaja eficientemente en el horario regular de oficina, pero deja el trabajo a tiempo. Dale los minutos y las horas que requieran tu familia y a tus amigos. Haz ejercicio, come y descansa adecuadamente. Y, sobre todo, crece en vida interior, en lo espiritual, que es lo más trascendental, porque es eterno.
Shakespeare decía: Siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no espero nada de nadie. Esperar siempre duele. Los problemas no son eternos, siempre tienen solución. Lo único que no se resuelve es la muerte.
La vida es corta, ¡por eso, ámala! Vive intensamente y recuerda:
Antes de hablar... ¡Escucha!
Antes de escribir... ¡Piensa!
Antes de criticar... ¡Examínate!
Antes de herir... ¡Siente!
Antes de orar... ¡Perdona!
Antes de gastar... ¡Gana!
Antes de rendirte... ¡Intenta!
ANTES DE MORIR... ¡VIVE!"
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