Éste es un tema del que no nos gusta hablar, ni escuchar o leer nada sobre él: la pérdida, el sufrimiento, la muerte…
Ya sabes, eventos duros, que a todos nos sacuden alguna vez y de los que cuesta recuperarse.
Naturalmente, cada persona se recuperará a un ritmo distinto, dependiendo de bastantes factores, tales como: sus circunstancias y características personales, de cómo impacte en su vida la pérdida de un ser querido, del apoyo del entorno, etc.
Pero una cosa sí está clara: El dolor hay que sentirlo y expresarlo para poder dejarlo ir.
De lo contrario, se quedará dentro, enquistado, para salir más tarde en forma de depresión, ansiedad o problemas físicos, incluso.
¿Por qué no estamos preparados para el duelo?
Yo también me hago esa pregunta. ¿Será que nos incomoda el dolor porque no sabemos cómo actuar cuando lo padece un semejante?
Después de una desgracia, no falta alguien que se acerque al doliente con una serie de frases de ánimo que hieren más de lo que confortan:
Tienes que tirar pa’lante. Hazlo por tu familia.
Distráete. Sal por ahí. Haz otras cosas…
Pero todo esto ya lo sabe la persona que vive el duelo, quien puede molestarse o sentirse presionada, sola e incomprendida, al escuchar palabras que le apremian a dar la espalda al dolor y a escapar del sufrimiento.
Yo también he ofrecido palabras de ánimo y consejos improcedentes al no saber qué decirle ni cómo ayudar a una persona en pleno duelo. Atribuyo mi torpeza a la falta de educación que existe en estas cuestiones.
Por el contrario, la actitud correcta y que más ayuda a quien está sufriendo es escucharle y darle espacio para que deje salir el dolor.
El doliente necesita libertad para poder entrar y salir de su habitación del dolor, que es como la psicóloga Dulce Camacho se refiere al proceso de duelo. Así, hasta que llegue el día en el que la persona haya superado la experiencia dolorosa o haya aprendido a vivir con ella.
Tengamos esto en cuenta, si te parece, tanto para las irremediables desgracias que nos toque vivir, como para apoyar a los demás.