Cualquiera de nosotros ha vivido un buen número de experiencias variadas a lo largo de su vida.
Gracias a ese aprendizaje, en ocasiones compartimos conclusiones y ofrecemos consejos a otras personas. Obviamente, están basados en nuestras vivencias e interpretaciones de la realidad, que son únicas, pero que pueden servir de guía o inspiración a aquéllos que necesiten orientarse. Y también puede que no les sirvan para nada, pero ahí están nuestras valiosas respuestas.
A la par, vamos desarrollando eso que llaman “sentido común”. Tanto que, si, por ejemplo, un amigo nos cuenta que lo está pasando mal en el trabajo porque uno de sus compañeros le hace la vida imposible, se nos pueden ocurrir propuestas razonables que aportarle, aunque no hayamos vivido una experiencia similar.
En dos palabras: somos sabios. (Sabios llenos de dudas, ¿pero qué sabio no las tiene?)
Buscando tu consejo
Llega el día en el que tú (o yo) te miras al espejo y, buscando una solución para el problema que sea, te preguntas: ¿Qué hago ahora?
Lo sabes. Tienes una idea más vaga o más clara de qué hacer. No en vano, nadie te conoce mejor que tú. ¡Y no haces caso de tu propio consejo! ¿Porqué?
Podemos apuntar algunas razones:
1) Te hartas darle vueltas a la cabeza y prefieres aceptar el consejo de otro.
Que alguien te diga lo que es mejor y lo que tienes que hacer es mucho más fácil que pensar por ti mismo. Sí, pero abusar de esto, a la larga, te convierte en un pelele (con un bulto encima del cuello al que llama “cabeza”).
2) Necesitas reafirmar tus posiciones.
A veces hablas con otro sólo para confirmar tu punto de vista (yo también lo hago). Escuchar el mismo consejo en boca de otra persona es estupendo para disipar dudas. Incluso puede ser mejor cuando ese alguien piense justo lo contrario, para que tú te esfuerces en argumentar tu opinión.
Más tarde, es frecuente que la otra persona te diga: “Si ya tienes claro lo que vas a hacer, ¿para qué me preguntas?” (¿O no te ha pasado esto?)
Y, por último, la peor de todas…
3) Es más fácil dar un consejo que llevar a cabo la acción que supone.
Sí, sabes lo que es mejor. Estás seguro de que es bueno para ti hacer ejercicio, comer sano, dejar de fumar, ver menos televisión,… o el consejo que sea. Ahora queda tomárselo en serio: determinación y/o constancia.
Conclusión: Es una decisión firme y un compromiso sólido con ella lo único que falta cuando tú ya sabes lo que te conviene.
http://tusbuenosmomentos.com/2012/10/propios-consejos/