¿Cómo te sientes cuando vas a saludar a un conocido por la calle y éste te vuelve la cara haciendo como si no te hubiese visto?
¿Y cuando le das algo a alguien que lo toma y se va sin darte las gracias?
¿Y cuando tus amigos se olvidan de tu cumpleaños, después de que tú te acordaste de todas sus fechas importantes?
¿Y cuando realizas algún trabajo y éste no es nada reconocido?
Si has pasado o pasas por estas situaciones, no creas que te ocurre a ti solamente. A lo largo de la vida todos sufrimos desaires y menosprecios, a veces, de manera muy frecuente. Asumamos que no es posible evitarlos, pero sí podemos aprender a afrontarlos.
Ese dolorcillo, cuando no es algo tan grave, o la humillación que te carcome, cuando sí te parece que lo es, se llama “herida narcisista” según los psicólogos. Y se trata de una herida que suele tener consecuencias.
La primera, claro está, es que daña la autoestima. La segunda, es que la persona herida suele tratar de “vengarse”.
Esa venganza puede ser pequeñita, por ejemplo, si alguien te niega el saludo en la calle y la próxima vez que te lo encuentras eres tú quien mira hacia otro lado.
Pero las heridas narcisistas también pueden tener como consecuencia venganzas violentas y desmesuradas por parte de quien siente que se le ha faltado al respeto.
Imagínate que vas paseando por la calle y te ríes pensando en el último chiste que te han contado. De repente, te cruzas con una persona de “ego frágil”, que piensa que te ríes de ella y te suelta un par de bofetones.
Efectivamente, hay personas tan vulnerables que se sienten heridas tanto cuando sufren un desaire como cuando piensan que han sido objeto del mismo, aunque no fuera el caso.
Esa vulnerabilidad no es más que inseguridad y un deseo enorme de ser aceptados y apreciados por los demás.
Entonces, la pregunta es: ¿Cómo podemos dejar de ser tan vulnerables ante el desprecio o el desaire de otros?
En primer lugar, si sientes que has sido despreciado, admítelo. No pienses para tus adentros: “Ni tan siquiera me ha mirado, pero no me importa.”
Si te ha dolido, asúmelo. Esto sirve para evitar darle a la situación más vueltas de la cuenta y que crezca esa herida dentro de ti.
En segundo lugar, antes de reaccionar impulsivamente, sopesa las consecuencias de la “venganza”.
¿Qué tal si el cretino de tu jefe te ha ninguneado frente a tus compañeros y automáticamente presentas la renuncia?
Intenta no hacer algo de lo que te puedas arrepentir más tarde.
Tercero, intenta rebajar las expectativas que tienes sobre los demás. La gente no siempre se comporta como a nosotros nos parece “justo”. Trata de no esperar algo que más tarde te decepcione.
Cuarto, evita tomarte las cosas muy a pecho o de manera personal.
A veces la gente nos causa heridas sin intención; por despiste o por estar más pendiente de otros asuntos.
E incluso cuando hay alguien que es desconsiderado y obra con toda su mala leche, nos conviene alejar el foco de nosotros mismos. Puede tratarse de alguien que sienta celos, envidia o algún resentimiento. El problema es suyo.
¿Vas a dejar que alguien intente hacerte sentir inferior por algo que es asunto suyo? Sólo puede hacerlo si tú le dejas. No lo permitas.
También nos apuntan los expertos que la práctica regular de la meditación sirve de entrenamiento para estos menesteres, ya que nos ayuda a desconectar de esos pensamientos negativos.
Por último, ten en cuenta que, cuanto más contento estés contigo mismo, menos vulnerable eres ante los desdenes y menosprecios del entorno.
Curte tu piel. ¡Hazte fuerte!
Basado en: How to Grow a Thicker Skin – The Dangers of Feeling Slighted, de Steve Taylor.