Habrás observado sin dudas a algunas personas que son notables por la manera en que resisten las adversidades. Estas personas se mantienen incólumes a pesar de los embates del destino, y resisten sin inmutarse los contratiempos que éste les depara. Su optimismo se mantiene inalterado y, a pesar de que un acontecimiento las pueda sumir momentáneamente en la desazón, pronto vuelven a un estado emocional normal.
Existe otro tipo de personas que parecen condenadas a la infelicidad. Parece que siempre tienen algún motivo para estar infelices. Los que las contemplan no pueden explicarse cómo, teniendo todo lo que tienen, no pueden ser felices. Seguramente habrás escuchado o leído de alguna estrella del espectáculo que, en la cumbre de su carrera, triunfando aparentemente en todos los aspectos, un día sorprende a todo el mundo suicidándose.
¿Qué es lo que diferencia a estos dos tipos de personas? ¿Cómo es que una, en medio de todos sus problemas, no se deja abatir por la pesadumbre, y la otra, teniendo todo para ser feliz, prefiere abandonar este mundo por su propia mano? El factor que hace toda la diferencia es la manera en que cada uno se comunica consigo mismo, en lo que se dice a sí mismo.
Para no perder el optimismo frente a las adversidades, no importa lo que los otros le digan a uno, sino lo que uno se dice a sí mismo.
Lo importante es lo que tú creas. El que crea que siempre habrá un mañana mejor nunca se dejará abatir por la desgracia. Aunque por un tiempo pueda sentirse desgraciado, pronto volverá a recobrar sus esperanzas. Si crees que nunca mejorarán las cosas, no solo te sentirás infeliz, sino es muy poco probable que hagas algo para mejorar las circunstancias.
Tus creencias influencian no sólo tu estado de ánimo, sino también las acciones que emprendes. Estas acciones son las que, en última instancia, van a decidir tu destino. Si piensas que hay posibilidad de mejorar, es posible que tomes alguna acción para conseguirlo. Si crees que es muy poco lo que se puede hacer, también es muy poco lo que intentarás. Como lo que te ocurra dependerá en gran parte de lo que hagas, los hechos terminarán dándote la razón.
Las únicas personas que no tienen problemas son las que ya no viven más. Mientras vivas, tendrás problemas; eso es un hecho de la vida. No debes dejarte abatir por los problemas, porque puedes terminar en una espiral descendiente de la que solamente saldrás saliendo de la vida. La manera de evitarlo es cambiando tu forma de pensar. Debes aprender a dirigir tu cerebro de manera que te ayude y no te perjudique.