Permanentemente veo gente que se aferra a conductas que le hacen mal.
Parecería que descartan lo que les dicen sobre los efectos nocivos (para ellos o en general) y que no se dan cuenta de que –en mayor o menor medida- indefectiblemente se están haciendo daño.
Con esto no solo me refiero a la toma o al exceso de sustancias nocivas o de alcohol, sino también a las “pequeñas” transgresiones que sabemos que deberíamos evitar.
Es común ver a una persona con un cigarrillo en la mano comentando que el médico le indicó que dejara de fumar por los problemas de salud que este vicio le está provocando. Argumentan “no puedo dejarlo”, dándole a un elemento externo un poder absoluto por sobre su capacidad resolutiva.
Puedo entender que muchas cosas te gusten, pero si te hacen mal, debería haber una línea clara entre el placer momentáneo y lo que es mejor para ti. Si este límite no es bien nítido y no te permite tomar las decisiones que te permitirían tener una calidad de vida mejor, algo está fallando.
Yo compararía estas decisiones “menores” que jaquean nuestro bienestar diario con el uso de sustancias prohibidas o el abuso de alcohol, porque en cierto punto la decisión de introducirlas en nuestro cuerpo es la misma. Como te gusta, asumes que no importa si te hace mal. Quién no ha escuchado frases del tenor de: “todos lo hacen”, “los tiempos cambiaron”, “una copita no te va a hacer mal” (aunque tengas gastritis o úlcera), “no hay que ser tan estricto” (¡está en riesgo tu salud en general y tu bienestar diario en particular!).
Además, los médicos saben de lo que hablan. Sus indicaciones están basadas en años de ensayos clínicos, pruebas, bibliografía basada en resultados que se han comprobado y que han sido desarrollados para combatir enfermedades y vivir con plenitud física. Descreer de la palabra de profesionales que han estudiado los efectos de lo que ingerimos en nuestro organismo durante años me parece un acto de ignorancia.
Que no te importe si quienes te rodean usan o abusan de cosas que a ti te hacen mal. No dejas de pertenecer a una familia por no seguir una pauta nociva que se ha instalado en ella, puedes determinar que tus pasos sean más saludables y aun así compartes la misma sangre y el mismo sentimiento.
Si quienes tienen conductas perjudiciales son tus amigos, pues debería darte lástima por ellos y pensar si seriamente quieres ese tipo de gente a tu alrededor en salidas “a divertirse”, en vez de seguirles el tren para no ser excluido. Ser inteligente es discernir qué es bueno y qué es malo para ti, y tomar el camino correcto.
No te engañes. Que los demás usen palabras sin sentido para justificar sus actos perniciosos o desaconsejables no implica que conviertas esas palabras en propias, ni que nubles tu buen juicio o tu criterio, aun a costa de que te miren como un bicho raro. Ser original, en estos casos, es demostrar un alto grado de inteligencia.
Por eso, la próxima vez que des un paso hacia un lugar que no te beneficia o te daña, te pido que te hagas cargo de lo que estás haciendo y digas esta frase: Me gusta y me hace mal.
Repítela una y otra vez en cada situación de estas.
No uses “pero” porque estaría sacándole énfasis a la primera parte de la oración, y quiero que entiendas que ambas cosas tienen igual relevancia: Te gusta, sí, y también te hace mal en la misma medida.
No suena muy bien, ¿no? Pero es la realidad. De ti depende que puedas modificarlo y afirmar “Así fue, hasta ahora”.
Lo que hagas a partir de este momento es exclusiva responsabilidad tuya