Hacemos de la Vida un problema, y para resolver este problema necesitamos comprender la mente y el pensamiento. Cuando comprendemos el proceso que sólo alimenta al “yo”, y que es totalmente inútil, y vemos completamente la verdad, llegamos a la cuestión fundamental del sufrimiento: el pensador que se separa de su pensamiento, de su observación, de su vivencia.
Cuando el ser humano comprende que cualquier especulación, cualquier verbalización, cualquier forma de pensamiento sólo da vigor al ego, cuando ve que mientras el pensador exista apartado del pensamiento tiene que haber limitación, tiene que producirse el conflicto de la dualidad, cuando el ser humano se da cuenta de esto, entonces vive alerta y capta sin cesar cómo se separa de la experiencia, afirmando su ego, dándole poder.
Existe la posibilidad de que todos nuestros sentidos funcionen como una totalidad. Podemos observar el movimiento del mar, las claras y eternamente inquietas aguas, observarlas completamente, con todos nuestros sentidos, u observar, mirar un árbol, una persona, un pájaro en vuelo, el sol poniente, la luna que se levanta, con todos nuestros sentidos plenamente despiertos. Si lo hacemos descubriremos por nosotros mismos, no por estas palabras, que no hay centro alguno desde el que se muevan los sentidos.
Entonces no hay limitación en ello. La mayoría de las personas “vive” con los sentidos parciales o específicos, nunca vive con todos sus sentidos plenamente despiertos, florecientes. Cuando los sentidos están plenamente despiertos la mente y el cuerpo se relajan y se vuelven extraordinariamente quietos. Sólo si el ser humano prosigue esta comprensión, comprendiendo cada vez más clara, profunda y extensamente, sin buscar un fin, sin buscar una meta, llega un nuevo estado de ser en el que el pensador y el pensamiento son uno sólo. Entonces uno se adentra una nueva dimensión de la existencia.