Durante nuestros años que estuvimos en la escuela primaria, secundaria, y otros estudios, aprendimos un amplio campo de materias: biología, aritmética, historia, etc. Pero jamás se nos enseñó cómo aprender a ser felices. ¿Será que la felicidad no necesita ser aprendida y que se trata de una cuestión natural y simple?
¡Qué increíble: si queremos enseñarnos a conducir un automóvil, a pintar, estamos dispuestos a que se nos enseñe y a realizar esfuerzos para aprender; y en cambio, no consideramos que sea necesario aprender cómo alcanzar mayores grados de felicidad!
La realidad, es que todos los seres humanos abrigamos una poderosa tendencia a buscar la felicidad, tal y como lo escribió Aristóteles en su obra, Ética a Nicómaco. De hecho, todo lo que hacemos es en vista a lograr la mayor felicidad posible. Incluso, cuando hacemos cosas que nos causan dolor físico o emocional, es con el fin de alcanzar futuros placeres o ventajas. Nuestra tendencia a la felicidad nos mantiene durante toda la vida practicando el supremo principio de las ciencias: “Ensayo y Error”.
Desafortunadamente, el “Ensayo y Error” , tratándose de nuestra individual felicidad, es muy difícil poder calificarlo y precisarlo, pues no se trata de algo que pueda pesarse, medirse y comprobarse. No, sino que todo lo que está implicado con nuestra personal felicidad es una cuestión muy compleja, pues el observador es la misma persona observada. Y en éste sentido, nos convertimos en jueces y parte interesada, independientemente que todos los factores de la felicidad son muy subjetivos.
Aun así, con todas las dificultades anteriores, la lucha por la felicidad es tan importante que no debemos dejarla exclusivamente en manos del “Ensayo y Error”: me equivoque y fui infeliz, pues bien, ahora corrijo y adelante. La cuestión es mucho más compleja que éstas sucesivas pruebas, hipótesis y comprobaciones, de si lo que pensamos y hacemos nos está conduciendo o no, a la felicidad.
En un terreno tan resbaladizo como éste, debemos de acudir a las grandes enseñanzas de los pensadores de la humanidad que han estudiado a fondo el tema de la felicidad. Y así, no dependeremos solamente del “Ensayo y Error”, sino que a nuestra propia experiencia de la vida, acudiremos en ayuda de los pensadores que se han dedicado a éste tema. Al igual, que si padecemos una enfermedad del corazón, no solamente acudiremos a nuestra experiencia, en el sentido de alimentarnos sanamente, sino que acudiremos a un médico cardiólogo.
Los psiquiatras Newman y Berkowitz, que han tratado a cientos de pacientes desdichados, nos dicen que cada uno de nosotros esperamos que la felicidad se nos manifieste espontáneamente, sin comprender, que debemos “hacer algo” de nuestra parte. Estos dos psicoanalistas nos dicen:
“En primer lugar, debemos tener consciencia de que probablemente hemos estado desencaminados en nuestra búsqueda. La fuente no se haya fuera de nosotros, sino en nuestro interior. La mayoría no hemos empezado siquiera a explorar nuestras propias fuerzas potenciales; obramos sin utilizar toda nuestra capacidad. Y continuaremos haciéndolo mientras esperemos que alguien nos de las llaves del reino. Debemos convencernos de que el reino está en nosotros mismos y que ya poseemos las llaves”.
En muchos sentidos, seguimos siendo niños, aun y cuando ya seamos jóvenes o estemos en la edad adulta. Y es en el terreno de la felicidad en el que muy a menudo nos comportamos como niños: pareciera, que estuviéramos esperando que nuestros padres nos dieran permiso para poder ser felices. Quisiéramos que se nos empujara a fin de empezar a vivir nuestra vida con una gran plenitud.
Pero las cosas no suceden así. Solamente nosotros somos los que en realidad podemos autorizarnos a luchar a favor de nuestra felicidad. Es cierto que nadie nos enseño a ser felices ni en la escuela ni en la vida. Pero nosotros ya hemos practicado en demasía el “Ensayo y Error”, y aun así, sentiremos que algo nos falta.
En verdad, que la fuente de nuestra felicidad reside dentro de nosotros, pero eso en nada, excluye que observemos a las personas felices y les preguntemos a qué deben su dicha. También, la lectura de las grandes novelas de la literatura universal, constituyen muchas universidades juntas sobre el arte de vivir.
Aprendamos cómo han llegado a ser felices tantas personas que nos rodean. Platiquemos con ellas y empecemos a descubrir nuevos mundos. Las conversaciones inteligentes, constituyen un saber inmenso; simplemente los otros pueden estar dispuestos a abrirnos de par en par las ventanas de su alma.
Jacinto Faya Viesca