Quien ama busca sólo el bienestar de la persona amada. Por tanto, es imposible aceptar aquella idea que esbozan algunos, cuando afirman que hay muchas formas de amor, como el amor egoísta: solo quien no ama busca su propio bienestar antes que el de la persona amada.
Se desprende de esto que el amor y el egoísmo son antagónicos. Cada acción que proviene del amor destruye algo del egoísmo que la actual sociedad trata de hacernos vivir, y cada acción egoísta destruye el intento por ser feliz, pues mina nuestra capacidad de amar, ya que en el amar radica la felicidad de un ser humano.
Por eso, la actual teoría de la psicología según la cual los seres humanos de hoy necesitan mucha autoestima es peligrosa. El hombre crece más cuando más destruye su ego en pro de los demás: es así como se da cuenta de que puede dar de sí mismo algo positivo a los que están a su alrededor.
Se trata de recorrer el único camino para eliminar el estrés, pues todo egoísmo tiene su fuente en el estrés: si pienso únicamente en mi bienestar, permaneceré angustiado; si, por el contrario, me olvido de mí para dar felicidad a todos los que entren en contacto conmigo, nada me afectará.
Además, los hombres están hechos para ser felices y esa felicidad es imposible en el egoísmo, y ni siquiera en el egocentrismo. Dar para recibir es simplemente un negocio; un negocio que deja siempre la sensación de usamos al otro, de que fuimos interesados.
Otro aspecto de vital importancia es la máxima más sabia de todas: “El amor verdadero nunca muere”: si algo murió es porque nunca fue amor. Dentro de este contexto, no se puede entender aquello que se oye a veces: que un amor se extinguió tras los años. Si el decrecer de la genitalidad se “debe” contrarrestar con la ternura u otra característica cualquiera, se estará dando importancia superlativa a la genitalidad, lo cual contrasta con nuestros postulados.
Si se dice, por ejemplo, que la base de la estabilidad matrimonial es mantener el interés del otro con aspectos de la vida conyugal distintos del amor (el erotismo, la sexualidad, las emociones…) dará la impresión de que el amor es incapaz de sostenerse solo; sin embargo, nada es más firme y de más sostén que el amor.
Nadie es una necesidad para nadie. Si yo amo de veras, deseo lo mejor para la persona que amo. Querer retenerla junto a mí es pensar en mí, no en ella, y eso no es amor, es egoísmo. El amor me hace pensar en lo mejor para ella, me lleva a hacer lo mejor por ella, me impulsa a decir y hacer lo que más le conviene a ella; el egoísmo (lo contrario al amor) me llevaría a sentirlo como una necesidad para mí.
Por último, si yo amo, no es porque encuentre placer alguno con esa relación, ni tampoco por sentir el placer de servir a los demás, ni siquiera por experimentar el placer que da el no ser egoísta; es simplemente porque deseo lo mejor para la persona que amo. Y esto es lo que da la felicidad auténtica. No hay otro modo de conseguirla.
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