A menudo confundimos el amor auténtico, aquel que nos permite ser libres y aceptar al otro tal y como es, con el amor romántico o emocional, un querer idealizado que suele crear dependencia y sufrimiento. En cambio, el amor auténtico solo nos enriquece.
Abrirse al amor es abrirse a la energía más poderosa del universo, una energía sanadora y transformadora que cohesiona y une.
Cuando nuestro corazón se ha sentido herido, manipulado, engañado o atrapado, el amor deja de fluir libremente. Queda sumido en la negatividad; se vuelve cínico, desconfiado y vive con una actitud defensiva.
Deja de realizar sus sueños tomándose gris.
El corazón emocional experimenta un vaivén constante de emociones, que van de la pasión al desencanto, del calor al frío. Se deja llevar por impulsos descontrolados que acallan la razón y la inteligencia. Está dominado por hábitos asentados en el deseo y las carencias. Necesita protección y estímulos externos. Es un corazón rojo que se enciende como el fuego, y que al acercarnos puede quemar.
El corazón romántico, el rosa, sueña con la pareja perfecta, que supuestamente satisfará todas sus necesidades. El que posee un corazón de este tipo cambia de relaciones a menudo, ya que sus expectativas nunca se cumplen, y sufre continuamente.
Hacia un corazón de ángel.
Para vivir el amor en libertad hemos de reencontrar el corazón del ángel que todos tenemos, el corazón de luz, el que está unido al alma. Se trata de un corazón tan profundo que no se altera. El cuerpo cambia, la inteligencia varía y la fuerza se debilita, pero los sentimientos puros permanecen.
Para pasar de un corazón gris, rojo o rosa a un corazón de luz hemos de vivir en la verdad del amor y no en sus mitos.
El primero de estos falsos mitos defiende que el amor viene de fuera, cuando en realidad brota de dentro, fluye cuando lo compartimos.
La segunda creencia errónea sostiene que precisamos obtener amor, cuando, en realidad, lo que necesitamos es darlo.
El tercer mito asocia el amor al apego y a la dependencia, lo que nos conduce a la preocupación y al sufrimiento. En el verdadero amor nos sentimos libres y aceptamos al otro tal y como es. No nos preocupamos sino que nos ocupamos y confiamos.
Aprendamos el arte de amar, de ser libres y de dejar ser. El amor puro es incondicional, sanador, fluye libremente y nunca hiere. Para alcanzar este estado en una relación se requiere una gran sabiduría. La mayoría de las personas se aman y se atan. Cuando se pierde la libertad, la felicidad se aleja y sobreviene el malestar.
Para liberarnos de la tendencia a depender de los demás, debemos tener un corazón fuerte, capaz de renunciar al egoísmo; un corazón que no tenga nada que esconder y que, por consiguiente, deje la mente libre y sin ningún temor; un corazón que esté siempre dispuesto a aceptar nueva información y a cambiar de opinión, que no se aferre a creencias cerradas, a datos obsoletos.
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