Por Mauricio Rubiano Carreño
¡Qué hermoso es encontrar personas sinceras! Sin caer en imprudencias o impertinencias, sin ser duros o agresivos, recordando siempre la caridad y el respeto para con los demás, dicen siempre la verdad, usan siempre la verdad y profesan siempre la verdad.
En cambio, cuánto nos molestan los fingimientos, las indirectas, la simulación, los tapujos, el arte de disimular…
¿Por qué no decir las cosas directamente, con franqueza? ¿Qué se pretende cuando se intenta hacer que una cosa parezca distinta de lo que es con simulación, engaño o apariencia?
¿Qué se gana cuando se dice algo para no significar explícita o claramente una cosa, y darla, sin embargo, a entender?
¿Sirve de algo representar cosas, fingiendo o imitando lo que no es?
¿Con qué fin se disimula para disfrazar u oscurecer la verdad?
¿Para qué encubrir con astucia las verdaderas intenciones? ¿Por qué disfrazar u ocultar cosas, para que parezcan distintas de lo que son?
Soterrar significa eso: esconder una cosa de modo que no aparezca. Y eso es lo que algunos acostumbran hacer, cuando no quieren decir lo que piensan directamente y sin tapujos.
El «arte» de soterrar, entonces, es propio de los hipócritas: fingen cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente tienen o experimentan.
También es evidente que ser hipócrita es mentir; entre otras cosas porque no hay peor mentira que una verdad a medias.
Pero lo más grave del hipócrita es su cobardía, puesto que no decir las cosas como son, sino amañarlas, hacerlas aparecer distintas de lo que son con engaño o artificio, es cobardía. Los valientes dicen siempre la verdad, aunque la verdad les acarree la muerte.
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