La espiritualidad necesita a Dios. Tiene a Dios. La ciencia no tiene un Dios. Y tampoco lo necesita.
Lo que resulta más chocante es que la ciencia es constantemente y perpetuamente puesta en tela de juicio por la ciencia misma. El descubrimiento científico de antaño palidece en la insignificancia ante el descubrimiento científico de hoy, mientras que la realización espiritual de Krishna, Buda o Cristo, resisten a la fuerza del desafío, externo o interno. Cierto es que la ciencia le ofrece al hombre todas sus necesidades prácticas. Igualmente cierto es que la espiritualidad le revela al hombre el sentido de su vida y el significado de su existencia en la tierra.
La ciencia condena al buscador acusándole de tener miedo de lo Desconocido. El buscador bendice la estupidez total de la ciencia y serenamente dice que no tiene ningún miedo de lo Desconocido. Él precisamente está enamorado de lo Desconocido y no puede evitar abrazar a lo Desconocido.
La ciencia depende del experimento externo. La espiritualidad depende de la exploración y la búsqueda interna. Un científico descubre el poder que muy a menudo amenaza incluso su propia vida. Un buscador espiritual descubre el poder que guía y moldea su vida hacia una vida de plenitud divina.
Ahora bien, ¿cuál debería ser la relación entre la ciencia y la espiritualidad? Debería ser una relación de aceptación mutua y entendimiento verdadero. Es una insensatez por nuestra parte esperar la misma verdad, el mismo conocimiento, el mismo poder de ambas, ciencia y espiritualidad. No debemos hacerlo. Tampoco debemos establecer la misma meta para la ciencia que para la espiritualidad.
Escuchemos el mensaje de la Materia a través de la voz de la ciencia. Escuchemos el mensaje del Espíritu a través de la voz de la espiritualidad. Por último, no olvidemos que la espiritualidad es el alma y la ciencia es el cuerpo.
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