Los seres humanos tenemos la capacidad de volver al balance, después de haber permanecido en cualquiera de los extremos del camino. No importa cuánto tiempo hallamos pasado fuera del centro... Siempre podemos volver a entrar en ritmo con nosotros mismos, para recuperar nuestro bienestar. Tenemos la tendencia aprendida, a permanecer más conectados a los momentos difíciles de la vida. Es así, como extendemos el malestar, por más tiempo del que requerimos para superarlos. Hagamos juntos una reflexión: ¿Te sería mucho más fácil vivir en armonía si estuvieses lejos de la ciudad? Si no tuvieras tantas cuentas por pagar? Si pudieras vivir para ti y para los tuyos sin tener que complacer o impresionar a otros?. Vivimos en la vorágine de las ciudades y aun así, es posible aprender algunos ritos para recuperar el equilibrio, al mismo tiempo que lidiamos con las situaciones y los problemas de cada día. No podemos olvidar que el sentirnos bien, depende de cada uno de nosotros. Es muy importante mantener una actitud positiva y recordar que los acontecimientos no dependen sólo de nosotros y que las cosas no siempre cambian en el sentido que deseamos.
Recibe cada día con una sonrisa. Coloca tu reloj despertador 15 minutos antes de la hora acostumbrada, para que te levantes sin la sensación de no tener tiempo para estirarte un poco, para dar gracias por un nuevo día, para intercambiar caricias y frases amables con tus seres queridos, para tomar una ducha un poco más larga que de costumbre, y renovar con ella tu entusiasmo y tu sonrisa.
Perdona a tus enemigos. Mientras guardes el recuerdo de lo que te hicieron... te mantienes preso y afectado por ese suceso. Cierra los ojos, recuerda la imagen de la persona, cuéntale mentalmente sobre tu malestar y sobre lo que esperabas que sucediera... Al final dile que le perdonas e imagina que sonríe. Repítelo cuantas veces sea necesario para dejarlo en el pasado y sentirte libre de él.
Lucha por pequeñas cosas que quieres. Aunque muchas veces te parezca que no es tan importante elegir la película que quieres ver, o decidir con quién y adónde vas a salir o qué quieres comer en el momento en que alguien te pregunte... Quiero decirte que muchas veces los placeres pequeños son la sal de la vida. Evita decir frases como: ¡Lo que te parezca mejor!, ¡Me da igual, donde ustedes quieran!, en su lugar aprende a expresar tus gustos y preferencias.
No pienses tanto. Vamos, no pienses tanto las cosas... planea y actúa. Recuerda que mientras más vueltas le das en la cabeza a una idea o a una situación, más se extiende el dolor o la confusión. Además, al final quedarás paralizado y sin saber cuál es la decisión correcta. Distrae tu mente, lee un buen libro, escucha música, no dejes que tu cabeza se llene de preocupaciones.
Disfruta de tus seres queridos. No permitas que las obligaciones y las preocupaciones te hagan perder de vista el regalo de compartir momentos de calidad y disfrute con tus seres queridos. Puede ser: La preparación de los alimentos, la lectura de un libro, un par de horas viendo una película, regar el jardín, un paseo al aire libre. Lo importante es el contacto y el amor.
Termina con las relaciones negativas. Muchas veces ocurre que mantienes relaciones con personas que no te aportan nada positivo o constructivo y que sólo te amargan la vida. Llénate de valor y afronta el conflicto que puede haber entre ustedes y dale una solución. Aléjate de aquellas personas que te inducen a atentar contra tu salud, tu bienestar o tu dignidad.
Planea momentos para angustiarte. Aunque te parezca tonto, planifica un momento al día o a la semana para preocuparte. Recuerda, cada vez que las preocupaciones lleguen a tu mente, dite a ti mismo me voy a preocupar por eso el día tal, a tal hora... Durante el tiempo que planificaste para preocuparte, llora, vive tu duelo y luego vuelve a tu actividad normal. Veraz como poco a poco la ansiedad va desapareciendo. Así te será más fácil enfrentarlas y darles solución.
Alimenta el cuerpo y el alma. Una buena alimentación es una de las bases para el bienestar físico y psíquico. Escucha tu cuerpo y cuídalo. Lee libros con mensajes reconfortantes y positivos, practica la oración y la meditación. Conéctate a todo aquello que te estimule a nutrir tu fuerza espiritual.
Visualiza aquello que deseas. Piensa en una meta que desees alcanzar. Cierra los ojos y respira profundo un par de veces para aquietarte. Luego durante unos minutos crea la imagen mental de la meta que quieres alcanzar, imagina que la obtienes. Al final da las gracias como si ya la hubieras alcanzado.
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