Todo concepto, por tradicional e inmodificable que parezca, debe ser sometido a revisión periódica. Así, digamos que el amor no es, como suele creerse, un mero sentimiento. ¡Es una energía! Todo lo que vive es energía. Toda energía es pues vital. Y como el amor es la vida misma, constituye la energía primordial. La voluntad de Dios —el poder todopoderoso— debemos considerarlo como impulsado por Su Amor, como en la dimensión humana nuestro amor es impulsado por la motricidad de esta energía que se reviste de afecto, atracción y simpatía. Como toda energía, el amor no puede ni tiene por qué tener sexo, aunque se manifieste sexualmente, pues su captación y aplicación requiere la bipolaridad. La energía/amor actúa en tres modalidades: física, emocional y espiritual. Hablando sólo sobre la última digamos que el amor espiritual es el dedicado a la humanidad. Es una energía cósmica implantada por Dios en sus criaturas. Es la vida, misteriosa y eterna y la chispa que lleva dentro (Dios Inmanente) que debemos cultivar para bien del prójimo. El amor espiritual, como toda forma de energía, no puede perderse. Simplemente no se ha llegado a él, fuente eterna que el hombre debe alcanzar.
El amor espiritual, por tanto, hacia la Humanidad, da lugar a una especialísima forma de energía, que la ciencia parece ignorar, pues no es energía eléctrica, mental, térmica, nutritiva, muscular u otra de orden físico. Es distinta y recatadamente fundamental, que no ha merecido aún el debido análisis: la energía espiritual, que brinda, sin embargo, un riquísimo material de estudio y cuya esencia y aplicación son aún más imponderables que las energías físicas hasta ahora estudiadas.
La energía espiritual concierne a la vitalidad suprafísica; es un epicentro del que surgen las manifestaciones del hombre como constructor y mantenedor de la estirpe y sus realizaciones, lo que equivale a decir, el derrotero espiritual de la humanidad. De esta energía dependen las realizaciones psíquicas, mentales y espirituales. Esta energía emana de una fuente no manifestada: el alma.
Toda energía se manifiesta por su acción. Y la energía espiritual actúa a través de la inspiración, la fe, la sugestión, el magnetismo, la telepatía, la clarividencia, la precognición, etc. La energía espiritual es la emanación de todas las virtudes, poderes y conocimientos atesorados por el alma en sus muchas encarnaciones.
Quien sabe pedir a su alma información, poderes, conocimiento, será capaz de captar la respuesta y, eventualmente, disponer y usar del material puramente espiritual que su propia alma, recónditamente enraizada en los tiempos, guarda.
Es un manantial inagotable, siempre disponible, al que se puede acudir lo mismo que a las energías físicas, cuando surge la necesidad (si se necesita fe para emprender una empresa, para impetrar una sanación, inspiración para una obra de arte, la cooperación de alguien para un asunto de vital importancia). Nada hay imposible para el hombre a condición de saber proveerse de energía espiritual y hacer que se constituya en fuerza causal.
Esta energía inspira las iniciativas entusiastas, idealistas, desproporcionadas con las capacidades y los medios disponibles. Su fuego contagia e infunde buena voluntad, inspira ideas, busca aliados, imanta voluntades, moviliza todas las fuerzas y los ánimos y puede realizar actos heroicos. El ejemplo de Ghandi es un modelo de energía espiritual. Su no violencia derrotó al ejército inglés, doblegó la soberbia imperial y fundió en una voluntad los millones de voluntades de la India.
Para la energía espiritual no importa la debilidad física y aún los achaques. Quien posee este atributo divino puede ser un héroe pese a toda dificultad, pues la Gracia le da todas las potencias que necesita.
Guillermo García de Vinuesa
un beso y una linda sonrisa