Si la vida fluye hermosa, naturalmente, si no hay maestros negativos para la vida, si no hay ni políticos ni sacerdotes que te distraigan, entonces, cerca de los cuarenta y dos años, exactamente al llegar la madurez sexual, madura la meditación. Alrededor de los cuarenta y dos años, uno comienza a sentirse volcado hacia adentro. Cerca de los catorce años, uno empieza a volcarse hacia los demás, se torna extravertido. El amor implica extraversión; la relación es pensar en el otro. La meditación es introversión, y significa pensar en el propio ser, en el centro de uno mismo.
Entre los catorce y los cuarenta y dos años, se produce un cambio. Poco a poco, uno vive la vida, conoce lo que es el amor, sabe de su satisfacción y de su frustración, de su alegría y de su tristeza, de su belleza y de su espanto, sabe que hay momentos de intenso éxtasis y, después, grandes valles de oscuridad. Entonces, uno empieza poco a poco a volcarse hacia el propio ser, dado que depender del otro nunca puede producir verdadero éxtasis. Si tu placer depende del otro, ese placer nunca puede tener en sí mismo la cualidad de la libertad. Y un placer que no tiene la cualidad de la libertad no es un gran placer. Si eres dependiente respecto del otro, entonces hay allí una limitación. El placer al que se accede a través del amor es momentáneo: sólo puedes encontrarte con el otro en algunos momentos; luego, te separas y te sientes solo. Entretanto, te sientes solo. Sólo por un momento te unes con el otro. Entonces, uno empieza a pensar: “¿Hay alguna manera de hacerse uno con la existencia y no sentirse solo nunca más?”
En esto consiste la meditación. El amor es unirse a la existencia a través de otra persona sólo durante algunos momentos. La meditación es unirse a la existencia eternamente.
Osho